No hay más poesía que la acción real.

Passolini

 

La ciudadanía ha hablado.

 

O más bien, ha actuado.

 

En algunas clases, para argumentar acerca de las comunidades de emergencia, solía relatar lo que habían hecho las personas en 1985 luego del terremoto de la Ciudad de México. Irónica y dolorosamente, ahora existen dos hechos ejemplares bajo la misma fecha.

 

¿Por qué me importaban las comunidades de emergencia? Por varios puntos:

 

1 Porque surgen de una fractura. No se trata sólo de la falla geológica, sino de una inquietud, es decir, que algo que no se quiere quedar quieto agrieta las jerarquías. El suelo que se pisa y el diseño del espacio alrededor revelan entonces sus cimientos, la falsedad de sus mampostería, la baratura de sus viguetas, la impostura de sus fachadas, el costo humano de tanta impostación.

 

Las inquietudes son energía acumulada que se libera y que muestra el exceso incontenible bajo cualquier orden que no respete la negociación con las fuerzas de la vida.

 

2 Ese exceso, esa vitalidad en rebelión, a su vez reorganiza las fuerzas. La gente retoma las potencias que, por un pacto que no suscribieron, les hacía delegar su poder. Se trata de la fractura del contrato social que implica que sólo unos pueden actuar mientras los otros sólo pueden padecer la actuación de los representantes. Este teatrito se cae ante la fuerza cruel de la naturaleza. Este teatrito, en todo caso, rebela sus límites, pero también la fuerza de su coacción, la violencia con la que fue construido y la violencia que exige para tener a los cuerpos callados y sentados.

 

3 De aquí las comunidades de emergencia. Ante la fractura, toman relevancia las presencias que antes eran sólo comparsas o consumidores cautivos. Los cuerpos de los subalternos aparecen en el escenario y lo reconfiguran. Las que parecían diferencias irreconciliables, ahora escriben de otra forma el guion de su presente, porque se ha cancelado la orden del dios que decidía cuáles voces y presencias tenían valor y cuáles no.

 

 

Una comunidad de emergencia junta a los cuerpos, no a pesar, sino gracias a sus diferencias, a sus distintas capacidades, a sus diversos deseos.

 

Sabemos, en fin, que una comunidad  de emergencia no es una comunidad eterna, pero en su accionar deja una memoria para detectar otras emergencias; deja una memoria para otros momentos de organización, para hacerle paso a la vida entre los escombros.

 

Las comunidades de emergencia, me parece, son un problema de las teatralidades. Aunque luego de la inquietud,  a pesar de las fracturas, haya quien quiera seguir con el teatrito, con su demagogia, con su abuso pedagógico, con la distribución mafiosa y familiar de los recursos de todos, con sus pactos mortales.

 

 

* Texto escrito pedido el programa radiofónico Puro Drama, de Radio Universidad de Guadalajara