Hace unos meses leí un texto titulado: “’Annus Horribilis’. El fin de la tercera ola de la democracia latinoamericana”, de Marta Lagos, experta en la región y encargada de elaborar año tras año una encuesta que mide el estado de ánimo social de Latinoamérica (LATAM en adelante). Marta Lagos decantaba un poderoso análisis que premonizaba el estado actual del sur y hacía referencia a una idea de Durkheim: los acontecimientos políticos y fenómenos sociales pueden haber sucedido mucho tiempo antes de que se tome consciencia de ellos. Y parece que así ha pasado durante esta década.
Este significante fue el detonante para pensar en esta década que acaba, e intentar conectar lo personal con lo político, lo privado con lo público, lo subjetivo con su registro simbólico-real. Una década de annus horribilis, pero también de cambios, posibilidades y devenires.
2019 repite y precipita procesos que comenzaron en 2009. Una crisis económica sistémica como mecanismo neoliberal para precarizar cada vez más la vida, la emergencia de las subjetividades fallidas, el macho progress, el deudor, el drogo, el policía, todos hombres, machos y en caída, un Estado capitalista cada vez más esquizofrénico-descodificador de cualquier código social, sexual, personal, etc.
La biopolítica conceptualizada por Foucault y desarrollada por pensadores como Agamben y Esposito y con sus vueltas de tuerca necro, gore, etc. Más allá de especificidades se ponía en la mesa el tema de la vida y su control político, los vectores que tensan la época son:
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Lo que se gobierna es la vida y se trata de producir subjetividades que la conduzcan.
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La comunidad es imposible, no hay forma que concretice una totalidad, posibilidad e imposibilidad simultáneas.
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El empresario de sí mismo, no hay lazo social, solo competencia…
Giorgio Agamben, filósofo, resuena por todos lados al afirmar que el paradigma político de Occidente es el estado de excepción, la nuda vida y el homo sacer, una vida a la que se le puede dar muerte sin ningún tipo de ritual, misterio o punición, una vida desnuda, arrojada a la violencia de la anomia social. El campo de concentración extendido, hoy vemos como LATAM estalla en toques de queda, resistencia a la vida y migración que es capturada en campos de concentración.
En esta década se llevó al máximo aquel aforismo nietzcheano: “Ver sufrir produce placer, hacer sufrir aún más” en 2009 ya se hablaba y visibilizaba el problema de las muertas de Juárez, en 2019 hay muertas en todos lados, el feminicidio como expresión de la crueldad y machismo planetario.
En 2009 se anunciaba el cambio de orden geopolítico multipolar, hoy este cambio genera guerras económicas, raciales, civiles, etcétera.
En 2009 ni siquiera era consciente que un machismo estructural y una violencia masculina habitaban en mí, hoy apenas comienzo a hacerlo consciente. Ya se hablaba de deconstrucción, del binario, pero no sabíamos qué teníamos realmente que pensar en los dispositivos de dominación históricos: la colonia interior y la colonia exterior.
La colonia interior hecha de complejos de inferioridad, de dependencia al discurso del amo y su episteme, consumo y degradación de uno mismo. La colonia exterior, la más ancestral, un agenciamiento europeo con tapa rabos puestos, un agenciamiento de europeos que perdieron la memoria en América (dixit Mil Máquinas). América latinizada, agenciada. ¿Cuál es el nombre de nuestro territorio físico y existencial?
En 2009 mi padre murió y en 2019 soy padre, herencia y diferencia; un padre diferente, uno presente, constante, en momentos fallido, pero siempre con el deseo de crear un nuevo lazo con mis hijos, otra transmisión, otros nombres del padre. Mis hijos son los perfectos extranjeros, son el otro radical.
En 2009 creía que el consumo no me consumiría, en 2019 me derrotó espeluznantemente y apenas comienzo a recuperarme.
En 2009 iniciaba una vida juntos con mi compañera y amada, hoy seguimos juntos, llenos de contradicciones, con un lazo que puede deshilacharse, pero difícilmente romperse, somos padres de dos hijos atravesados inevitablemente por la subjetividad de la época. Locamente resistimos a estos annus horribilis: amar, resistir, escuchar, co-laborar, dialogar.
La ausencia del Nombre-del-padre se convirtió en presencia, con fallas, medio rota o rota, pero con un vitalismo que se afirma cada vez que la muerte, el sinsentido y la catástrofe irremediablemente hacen lo suyo. Mi padre fue un bastardo, sin padre, sin madre, sin subjetividad de primera y aun así pudo amar, falló, sí, pero algo, algo hizo bien.
Una década de análisis de lo inconsciente, atravesado en mí y en el campo social y político, hoy sé que soy hombre con la ob-ligación de responder a lo que históricamente han hecho de mí, he hecho a los otros, a las mujeres y hemos hecho de este mundo. Una década de análisis para reconocer que no soy analista y que esa posición no sé aún lo que significa, una década para reconocer que el análisis y la crítica es una cuestión de mera supervivencia, no de trascendencia.
Una década de annus horribilis para a-penas construir el primer sentido para una ética con el otro, empatía, dar al otro, escucharlo. Reconocer que el consumo me domina, vivo de él, vive de mí, el consumo es la nada. Reconocer que la nueva vida —si es que está por venir— ya no puede ser más de los hombres, que debemos dejar que las mujeres defiendan la vida y seguirlas, me dirán mangina los fachos, yo les digo impotentes, porque sé lo que es ser un fascista. La castración, por fin.
2019, annus horribilis, momentum de decisión, la vida o la muerte, la comunidad o el fascismo, el sometimiento o la sublevación ¿Cuál es la tercera posición? Ya he emprendido el análisis y la práctica sobre mi mismo y este mundo, una acción riesgosa, no hay paso atrás, quiero abrazar esto en lo que me he convertido pero el narcisismo de la pequeña diferencia me encierra. No quiero que mis hijos sean Telémacos que esperan a su padre volver.[1] Quizá se repita lo peor, quizá no, es una apuesta, la apuesta a la vida y al sentido, pues eso es lo horribilis: deseamos la muerte, gozamos con lo peor y la nada nos consume.
No puedo dejar esto aquí, aprovecharé el impulso de un corte temporal y su posibilidad de algo nuevo para al menos bordear lo real con esta letra. Me aventuro a decir que el asunto familiar de cada uno está irremediablemente determinado por una transmisión que es histórica, por una repetición; que en cada reiteración se ofrece la posibilidad de que sea lo mismo o que tenga una variación, yo decidí repetir apostando a la variación, a lo nuevo, persiste lo mismo y me puede matar. Lo que no se puede decir, no se puede callar (Francois Davoine).
Así mismo vemos en lo político la repetición de los golpes de Estado, del fascismo, la persistencia y significancia de lo teológico, Bolsonaro y los evangelistas y variaciones perversas como la 4T.
Sabemos que se trata de no repetir más, ¿pero cómo callarlo? ¿Cómo discernir la variación en cada repetición y crear una nueva línea de sentido? Las apuestas posmodernas como la deconstrucción de Derrida pueden tener el riesgo de ser tan dispersas que caigan en las imposturas.
Jorge Alemán, militante de la política del deseo, ha entrelazado política y psicoanálisis y nos recuerda que Espectros de Marx de Derrida “fue precisamente para separar la condición ética de su deconstrucción del “relativismo rortyano” que la había constituido en un nuevo tipo de liberalismo disperso y nos aporta una clave: la justicia y el deseo de emancipación no son deconstruibles, son apuestas éticas sin garantías. Por esto y otras cuestiones también muy relevantes hay momentos históricos donde la lógica de la “elección forzada” (Lacan) se impone, aún sabiendo la inevitable pérdida que la misma conlleva. No es una elección sin reflexión o análisis, es el sentido de la elección: disposición y azar que obligan a tomar una posición, herencia y diferencia, deseo singular.
¿Qué quiere decir esto? Que debemos seguir realizando la apuesta, amor fati, ir por la vida, como la apuesta que hago de ser padre con todo el riesgo de fracasar igual que mi padre lo hizo; ser padre para mí representa la “elección forzada”, las líneas históricas que me atraparon hacen de la vida para los otros mi elección, con el deseo de que mis hijos puedan recordar toda la línea filogenética y colectiva con crítica y sentido, sin culpas teológicas, sin secretos in-elaborados, etcétera.
¿Entonces qué hacemos? Cuando escribía en abstracto, podía seguir aventando más abstracciones, hoy SIENTO lo que he construido, hoy escribo desde experiencias singulares y colectivas, el motivo está aquí a mi lado, lo estoy cuidando y al mismo tiempo el goce mortífero no para, herencia y nueva posición subjetiva ¿Lo lograremos? Quizá…
[1] Massimo Recalcati escribe un libro llamado “El Complejo de Telémaco” para oponer al clásico complejo de Edipo un complejo que da cuenta de la caída del nombre del padre, Telémaco, el hijo de Ulises que, en la Odisea homérica, espera el regreso del padre para que vuelva a yacer con su madre y a imponer el orden y la ley en la polis. El padre débil ha dejado vacío el lugar de quien encarna la «ley de la palabra», el principio de autoridad que regía en la cultura, la economía, la educación. Recalcati no propone en modo alguno restaurar la figura del padre-patrón; al contrario, cree que su imperio se ha eclipsado para siempre. Pero, precisamente por eso, se interroga acerca de los efectos de ese cambio de régimen y de cómo se reconfiguran la sociedad y la cultura contemporáneas.