Jerusalén es la más ilustre de las ciudades. Aún Jerusalén tiene algunas desventajas. Por lo que se informa Jerusalén es una copa dorada llena de escorpiones.
―Muqaddasi
Ciudad nombrada de muchas maneras, poseída, disputada y transformada por imperios y naciones a lo largo de su historia milenaria, y cuyas callejuelas, avenidas y lugares “santos” han sido testigos mudos de matanzas, venganzas, torturas y traiciones. En nombre de la santidad de Jerusalén se derrama sangre.
Constantemente el tema palestino-israelí en general y Jerusalén en particular ocupan amplios espacios en periódicos, noticieros de radio y reportes que nos muestran la centralidad que este conflicto tiene en Occidente en detrimento de otras tensiones y dinámicas de Medio Oriente.
¿Qué motiva la violencia en la llamada “ciudad santa”? ¿Las expresiones agresivas, intolerantes y exclusivistas emanan de sentimientos religiosos o habría que buscar la vena violenta en otras dinámicas sociales israelíes y palestinas?
Me parece beneficioso para el análisis intentar encontrar el punto en el cual el estancamiento económico palestino se cruza con las narrativas religiosas exclusivistas y agresivas, pues de esa manera podremos darnos una mejor idea de la mezcla de reclamos religiosos, agravios nacionalistas, desventajas económicas, discriminación, racismo.
David Rosenberg escribió hace tiempo, y de cara a la violencia que sacudía a Jerusalén en febrero de 2019, un artículo interesante e innovador, pues mientras muchos “analistas” ponían énfasis en la importancia religiosa del Monte del Tempo (Haram al Shariff para el Islam) para musulmanes y judíos, Rosenberg pone el énfasis en la economía: “Israel probably came closer to a third Intifada this week than any time since the second one wound down 12 years ago, and not because of the role of religión in sparking the violence. Its because of the dangerous economic backdrop”.
Vale la pena analizar y desmenuzar la idea de Rosenberg: asigna un rol de mecha a la religión y no la asume como el centro de las dinámicas, al contrario, nos invita a profundizar en la situación económica tanto de palestinos como de ciudadanos israelíes de origen árabe (en su mayoría musulmanes) y enmarcarla en las tensiones regionales actuales.
Algunos datos que aporta Rosenberg en su artículo invitan a la reflexión, entre ellos destacan la volatilidad de la economía palestina desde el 2000; su incapacidad estructural para absorber laboralmente a todos los jóvenes universitarios graduados[i]. Sumado a lo anterior el desempleo en Gaza llega a 57% y en Cisjordania a 27% (esto en cifras oficiales) y solo cien mil palestinos trabajan actualmente en Israel, un número muy inferior al registrado en la década de los ochenta[ii].
Tampoco ayuda a este negro panorama que las manufacturas y la agricultura en Palestina sufran un estancamiento grave tanto por los precios internacionales como por falta de inversión directa y que las ayudas internacionales hayan disminuido significativamente en los últimos años.
Rosenberg concluye que el clima de tensión y violencia continua no ayuda ni a Palestina ni a Israel pues la primera tardará décadas en recuperarse económica y financieramente y para el segundo una nueva Intifada “podría poner fin al boom consumista que ha cargado con la economía israelí desde hace varios años”.
Habiendo descrito brevemente la situación económica me parece importante destacar que es errónea la idea de que son los lugares “santos” musulmanes y judíos los que por sí solos juegan el papel importante y decisivo en las tensiones palestinas/israelíes, así como sería absurdo pensar que una mejora en las condiciones económicas de la población palestina y árabe-israelí harían desaparecer los agravios de una ocupación agobiante y las injusticias cotidianas que se registran tanto al interior de Israel como en los territorios palestinos ocupados.
La utilización de los conceptos Palestina/Eretz Israel; Ierushalaim/ Al Quds/Tierra Santa resulta compleja y explosiva, ya que entraña, por un lado, lo que Nicos Poulantzas denominó “la territorialización de la historia” y por otra, liga al concepto santidad con un espacio geográfico específico. Se podría pensar que el judaísmo, cristianismo e islamismo han tenido desde sus inicios la misma relación identitaria y obsesiva con la tierra de Palestina/Eretz Israel, pero un análisis histórico nos indica que no ha sido así[iii].
La enajenación posesiva con esa tierra fue resultado de un largo proceso de esa territorialización de la historia de la que habla Poulantzas, y de narrativas que fueron sedimentándose en el inconsciente colectivo de los creyentes. Un ejemplo de esto es la centralidad que hoy tiene el Muro Occidental (el “Muro de los lamentos”) en el judaísmo contemporáneo, centralidad que hace algunos siglos no tenía[iv].
Es entendible que muchos analistas y académicos centren sus miradas en las expresiones de odio y violencia religiosa en Israel/Palestina atribuyéndolas a interpretaciones radicales judías y musulmanas. Sin negar que dichas corrientes fundamentalistas radicales juegan un papel destacado en la violencia que se registra en la zona, me parece que habría que ubicarlas en un marco general más amplio: el lugar de la violencia colectiva en la sociedad israelí y palestina.
En otras palabras, para entender las manifestaciones agresivas y homicidas con fundamentaciones y justificaciones religiosas de sectores árabes y judíos en Israel y Palestina se debe entender primero la cultura de violencia que impregna a dichas sociedades[v].
Daniel Bar-Tal en su artículo “Collective Memory of Physical Violence: its Contribution to the Culture of Violence” busca ubicar los eventos históricos de violencia física contra el grupo como los recuerdos que se recuperan en el presente para activar lógicas agresivas contra aquellos “que nos agredieron en el pasado” sobre todo en conflictos como el palestino-israelí que dura ya por generaciones.
Sociedades como la palestina e israelí, predispuestas a resolver los conflictos de manera violenta e impermeables a la narrativa del “otro”, buscarán los mecanismos y explicaciones más populares. En este sentido, el discurso religioso exclusivista y radical encaja perfectamente en los patrones de violencia social como en otras sociedades encajaría el discurso étnico, de clase o de género.
La fundamentación religiosa del conflicto entre Israel y Palestina ha tomado fuerza a partir de dos hechos históricos: por un lado, el resultado de la guerra de 1967 en la que el Estado de Israel conquistó el Sinaí, Gaza, Cisjordania incluida Jerusalén y los Altos del Golán, y por otro, el éxito de la Revolución iraní de 1979[vi].
Una manera de aproximarse al marco general del conflicto actual en Palestina e Israel es reconociendo la cultura de violencia que impregna a ambas sociedades, el lugar dominante que tienen las explicaciones religiosas exclusivas, territorializadas e intolerantes y el pantano económico en que está sumida la economía de los palestinos y árabes israelíes desde hace décadas, y aprender a mirar y analizar las expresiones religiosas (hoy minoritarias) tolerantes, incluyentes y respetuosas con las otras religiones, así como las iniciativas de sectores sociales (tristemente también hoy minoritarios) tanto árabes como judíos orientadas a mejorar la situación económica, educativa y de derechos humanos.
Ni Netanyahu, Abbas, Trump, Putin ni ningún líder del mundo árabe o islámico es capaz de contener a los escorpiones que envenenan cotidianamente a esta tierra que, triste y desconsoladoramente, ha dejado en sus calles “santas” violencia, sangre y destrucción.
[i] En los últimos diez años tanto Cisjordania como Gaza generaron quinienos mil nuevos puestos de trabajo para una población de ochocientos mil nuevos graduados.
[ii] Hay que acotar que el trabajo palestino en Israel sirvió por décadas como una válvula de escape al desempleo crónico en Palestina y para el boom económico de Israel durante esa década.
[iii] Los primeros tres capítulos del libro de Gudrun Krämer, Historia de Palestina. Desde la conquista otomana hasta la fundación del Estado de Israel, profundizan este fenómeno de manera muy clara.
[iv] Para un análisis sobre este proceso en el judaísmo consultar Yeshayahu Leibowitz, La crisis como esencia de la experiencia religiosa, Taurus, 2000.
[v] Un ejemplo de la cultura de violencia en la sociedad israelí es el documental Forever Pure, de Maya Zinshtein, estrenado en julio del 2016. Disponible en Netflix.
[vi] Consultar Avi Shlaim, “The Iron Wall. Israel and the Arab World”; y David W. Lesch, “1979. The Year that Shaped the Modern Middle East.”