La mujer más fea del mundo
Julia Pastrana nació en 1834 en el estado de Sinaloa, México. Su vida era sin duda excepcional, pero la historia que sobrevino a su muerte resultó serlo más. Vivía con una condición genética llamada hipertricosis lanuguinosa con hiperplasia gingival, lo que provocó el crecimiento excesivo de vello en todo el cuerpo, aunado a una deformación en los huesos de la quijada y boca, conocida como prognatismo (Bondeson & Miles, 1993). Este extraño síndrome la destinó a ser tratada y exhibida como fenómeno, como algo raro, extraordinario. En su juventud, tras la muerte de su madre, fue vendida por sus familiares a un circo y exhibida como “La mujer más fea del mundo”, “La mujer-oso”, o también como “La mujer-mono” (Mimiaga, 2010).
Era mezzosoprano y cantaba en tres idiomas; además de ser una excelente y muy cotizada bailarina, en los circos hacía acrobacias con caballos. Para anunciar sus espectáculos se referían a ella como “híbrido maravilloso”, “indescriptible”, “innombrable”, “inclasificable”, “notable”, pero también como “peluda”, “cuasi-humano”, “troglodita”, “eslabón entre humano y chango”, “monstruo humano” o “la más espantosa mujer que jamás haya vivido”, entre otros epítetos que aparecían en anuncios de prensa, folletos y marquesinas.
Fue tan sonado su caso que hasta el mismo Charles Darwin (1868) escribió acerca de Pastrana, y concluyó que lo que tenía no implicaba una alteración en la escala evolutiva y que simplemente sufría de una malformación en las encías; que se trataba de una mujer notable, fina y distinguida. Esta afirmación del famoso naturalista, amén de abonar a las imprecisiones médicas, pues Julia no tenía dientes de más (Bondeson, J. 1997), daba el voto de la ciencia para que esta mujer fuese vista como parte de un espectáculo ahora con el aval del refinamiento y la elegancia de los notables de aquella época.
Julia se casó con su representante luego de un largo andar por el mundo y de estar con diferentes pretendientes: “nadie había sido lo suficientemente bueno”, expresaba Julia según el único registro de sus palabras (Buckland, 1868). Sin embargo, tampoco Theodore Lent lo había sido, pues además de ser él quien exhibía a Pastrana por todo el globo, era él mismo quien buscaba casarla al mejor postor, ejerciendo un claro control sobre ella. En una nota de periódico, en Estados Unidos, se da cuenta de ello al cuestionar quién es a partir de ese momento el dueño de Julia (Pendleton & Taylor, 1855).
A los 26 años de edad dio a luz a un hijo que heredó su misma condición genética y vivió sólo 35 horas; las serias complicaciones médicas durante el parto dieron muerte a Julia, quien falleció a los tres días. Después de su fallecimiento, en 1860, los cuerpos fueron embalsamados en el hospital, lo que el viudo Lent aprovechó como negocio, pues los siguió utilizando para exhibir alrededor del mundo sus cuerpos momificados. Cuando Theodore Lent murió, su entonces esposa –que tenía también la característica de ser barbada–, los siguió exhibiendo para después, en 1921, venderlos al noruego Haakon Jaeger Lund, quien los presentó en ferias de Oslo y de otras partes del planeta. En 1954, su hijo traslada los cuerpos a una bodega donde permanecen almacenados hasta 1972 cuando son nuevamente extraídos para ser mostrados una vez más en diferentes partes de Estados Unidos.
Tras pasar por varias bodegas, saqueos, robos e incendios, en 1988 el doctor Jan Bondeson encuentra el cuerpo de Julia en el Instituto Forense de Oslo y lo restaura (incluyendo un brazo que le faltaba); el cuerpo de su hijo ya no estaba con ella, y no hay datos que den pistas de lo ocurrido con él. En 1994, forma parte de la Colección Schreiner, del Departamento de Anatomía del Instituto de Ciencias Médicas de la Universidad de Oslo, a cargo del doctor Per Holck, después de que éste se opusiera ante un comité de ética noruego a que fuese enterrada, bajo el argumento de que debía ser estudiada y la ciencia, alimentarse con su caso (Gylseth & Toverud, 2001). No obstante, el cuerpo permaneció en otra bodega sin que se le hiciera prueba alguna, sin que hubiese un registro legal –como un acta de defunción–o documento alguno del caso, y sin un protocolo médico o ético a seguir.
El arte transdisciplinar
En el año 2003 la artista mexicana Laura Anderson Barbata conoció la historia de Julia, y a partir de ese momento dedicó sus esfuerzos para que fuera retirada de la Colección y sus restos volvieran a México, su país de origen y donde era prácticamente desconocida; así, emprendió una campaña para repatriar su cuerpo de Noruega a México para que fuese enterrada en su tierra natal, Sinaloa. Luego de un proceso complejo de peticiones entre científicos, defensores de derechos humanos, investigadores, diplomáticos, gobiernos e instituciones educativas el resultado fue la recomendación positiva por parte del The National Committee for Ethical Evaluation of Research on Human Remains in Oslo (Comité Nacional para la Evaluación Ética de la Investigación en Restos Humanos en Oslo) y la aprobación de la Universidad de Oslo para que el cuerpo de Julia Pastrana fuera repatriado en febrero del 2013 a México, diez años después de iniciada la campaña.
La intención de la artista era darle a Pastrana, además de un entierro cristiano, su profesión religiosa, algo que nunca había tenido: dignidad. Lo que se planteaba era restituirle la oportunidad de ocupar un lugar diferente en la historia y la memoria de los mexicanos, pues si no lo hacía, permanecería indefinidamente como un número de inventario y su existencia quedaría inconclusa (Anderson, 2013). Si bien podría decirse que se trata únicamente de un cuerpo, de algo sin vida que ya no siente, lo que se planteaba de fondo era un trato diferente capaz de devolverle a Julia su dimensión de persona, de ser humano; no sólo en su derecho de volver a su lugar de origen, sino también, y quizá sobre todo, de dejar de ser tratada como objeto, un número o un fenómeno para ser mostrado en un circo.
La repatriación y el entierro de Julia Pastrana representaban más que un acto religioso: era un acontecimiento que transitaba por el arte, la memoria, la política, la ciencia, la justicia, el derecho y la dignidad; pero más que nada estaba atravesada por los afectos, por los sentimientos de todo un estado, de todo un país y de la humanidad en todo sentido. Los esfuerzos de antropólogos, forenses, arqueólogos, doctores, psicólogos, filósofos, e incluso personajes de la política, la administración pública y la diplomacia internacional, contribuyeron de alguna manera a esta causa; voluntades motivadas por la incomodidad de ese pasado, por el dolor que esta historia evoca, pero sobre todo por un miedo presente, por esa sensación que queda de que a algunas personas se les sigue tratando como hace dos siglos.
En la ceremonia de entierro de Pastrana, la artista Anderson Barbata expresó el sentir metafórico de esta repatriación: “nos levanta un espejo y nos ofrece la oportunidad de vernos y hacer un ejercicio de autoanálisis social, en el que podemos reconocer cómo los conceptos de belleza siguen siendo motivo para la deshumanización de las personas en nuestra sociedad, para facilitarla explotación de los seres humanos; esto inevitablemente nos obliga a tomar postura y reconocer la manera en que permitimos se perpetúen estereotipos que oprimen y deshumanizan” (Anderson, 2013).
Este trabajo de colaboración colectiva ilustra una práctica de intercambio y esfuerzo emanado del arte: es muestra de lo que se puede lograr por medio del diálogo, si se extienden puentes de cooperación entre campos y disciplinas distintas; si se comparte y aporta desde diferentes perspectivas para llegar a un propósito común. Esta es una de las formas de expresión del arte social; una postura que no se plantea fronteras, que trasciende las reglas de las mismas disciplinas, que atraviesa diversas expresiones para lograr algo que parece sencillo, pero de lo que pocos se ocupan. Los temas logísticos y éticos por los que esta repatriación transitó no fueron pocos, el debate pasó desde el equilibrio entre los intereses científicos para retener y estudiar un cuerpo, la legítima petición de su entierro, el dilema que potencialmente enfrentan los antropólogos en casos futuros hasta el proceso que implica la repatriación del cuerpo y cómo se significa en sitios tan diferentes como Noruega y México.
El presente que cambia el pasado
Ni la fidelidad ni la permanencia son características de la memoria, pues cada vez que se recuerda, se va dotando de un nuevo significado al pasado. Es un proceso de reconstrucción de hechos que se elabora de manera grupal, de tal modo que no se puede sostener que el pasado exista como tal, más que eso, lo que hace el ejercicio de rememorar socialmente es que reconstruye, superpone, omite y agrega elementos, personas, hechos lugares. Para el filósofo francés Charles Blondel, “nuestros recuerdos no son reproducciones, sino reconstituciones y reconstrucciones del pasado en función de la experiencia y de la lógica colectivas” (1928, pp. 157-158). En suma, el pasado no es lo que ocurrió, sino lo que se recuerda de él.
En efecto, el pasado no es exactamente lo que sucedió y cada actor o testigo posee su peculiar manera de concebir lo que le pasó y de conservarlo (Bartlett 1932; Ramos, 1989): cuando se reconstruyen hechos, se accede a éstos y se les interpreta a través de un filtro configurado por el contexto cultural, dependiendo el lugar que se ocupa, el sitio jerárquico que se tiene o del lugar físico geográfico donde suceden y donde se despliegan ese cúmulo de valores, que dan forma a un presente desde el cual se va mirando eso que comúnmente se llama realidad. La realidad, a su vez, va manteniendo y reconstruyendo el pasado según sus criterios y lógicas propias.
La reinterpretación del pasado se hace desde el presente. Aunque la materia de la que se alimenta son los hechos pasados, es la lectura y reinterpretación que se le hace desde el momento actual la que va adquiriendo mayor relevancia y mayor peso en esa amalgama temporal.
El entierro y la repatriación de la sinaloense justamente son un ejercicio de reconstrucción de un pasado que parece incómodo, que afecta, apena, y, por ello, se busca cambiarlo, darle otro significado, mirarlo de otra manera. El pasado se trae a juicio para ser repasado y atendido, para poner punto final, pero también para abrir una discusión que nos hace cuestionarnos sobre este tipo de hechos, sobre la forma como se trataba a una mujer, la forma como se les seguía tratando no hace muchos años a otras mujeres, y la manera como se han conservado prácticas de discriminación, maltrato, tráfico y exhibición de los restos humanos. Las famosas “momias de Guanajuato” son uno de los casos vigentes que ilustran esas costumbres y gustos pretéritos de mostrar cuerpos humanos muertos; tradición y espectáculo que continúa sin que genere cuestionamientos ni desagrado.
La labor de repatriación de Pastrana adquiere importancia para los procesos de memoria de este tipo de episodios. No se buscaba el juicio o castigo de alguien, no se buscaron culpables y responsables de lo ocurrido; lo que la artista pretendía con esta acción era reconstruir a Julia en la memoria colectiva, como artista y como ser humano: su retorno requería del reconocimiento a una persona y su cualidad de humano y de artista, lo que se traducía en una manera de restaurar su dignidad (Anderson Barbata, 2013).
El significado de un pasado compartido no está sostenido solamente por las prácticas sociales o por las acciones, sino que existe otro tipo de recursos que también facilitan el despliegue de los recuerdos, pero lo hacen a través de las cosas; a saber, los artefactos: objetos que encierran significados, costumbres e intereses de la sociedad en su conjunto (Vygotsky, 1930). Son como una suerte de testigos contra el secreto, el silencio y el olvido: monumentos de papel como carteles, fanzineso notas de prensa, impresos que han servido para que la reconstrucción de un pasado como el de Julia Pastrana, y el de una sociedad en la que la violencia se expresa no sólo mediante el código viril masculino, sino también aquellos códigos que permiten tratar a otras personas, a las mujeres en especial, como objetos.
La memoria reparadora
La discusión en últimas fechas acerca de las políticas de la memoria, han sido diversas y en diferentes sentidos, dependiendo de la latitud desde las que se enuncien, pueden estar apelando a la reparación, la restitución, el castigo o la misma justicia (Garay & Vargas, 2012). En este proceso lo que se hace es poner el pasado en revisión, se recogen versiones y se miran nuevamente desde el presente con la intención de escribir otra historia, al rescatar o resarcir un pasado y echar mano de la memoria para ir enmendando esos episodios pretéritos que aún duelen, que están presentes y a los que se les piensa con incomodidad-
El prejuicio, las jerarquías, la diferencia, el menosprecio por el otro, la violencia, son elementos que han estado presentes en el trayecto de Julia Pastrana, no únicamente durante su vida, sino también ya muerta: se le ha tratado como cualquier cosa menos como una persona; como un objeto extraño que debe saciar la mirada del otro, del que paga y tiene derecho. Este ejercicio de memoria lo que está logra reconstruir esos 150 años atrás, que si bien no borrarán las huellas, las heridas que duelen de lo hondo que han llegado, sí pueden matizarse, cambiarse, reconstruirse y sentirse colectivamente de una manera diferente, una que humaniza, una que ve el pasado de forma diferente, una que condena y que conjunta esfuerzos para aprender de estos episodios, para que no vuelvan a ocurrir.
La reparación del pasado es un tema de suma relevancia para los procesos de dignificación humana, para aquellas personas que han visto afectada su condición de ciudadanía por la violación sistemática de sus derechos, así como la reproducción de vejámenes y violaciones graves que llevan a procesos de victimización (Garay & Vargas, 2012). Iniciar con este reconocimiento es un gran paso en la construcción de un pasado diferente, es advertir una ofensa, una víctima y a los responsables de tales hechos; toda esta acción de repatriación y entierro cambia ese significado pretérito de dolor, abona a que la mirada sea otra, y aunque es un proceso que hubo de pasar por una gestión oficial, entre expertos y letrados, también es una experiencia humana por la que ahora atraviesa gente de diferentes latitudes en todo el planeta.
Julia Pastrana todavía genera debate en la actualidad. Algunos académicos, como el antropólogo Roger Bartra, sugerían que el cuerpo no debía ser enterrado y que debería ¿seguir siendo exhibido a modo de rendición de culto, como una manera “de reivindicar su figura” (Gamez, 2011). Con esto, lo que sugería el notable era en realidad que la condición de Julia se perpetuara, que siguiera siendo mostrada y tratada como un objeto, con la diferencia de que ya no se hacía con los mismos ojos de siglo y medio atrás: ahora se haría con la mirada del intelectual del siglo XXI, más consciente e informado que antes; que reconoce pero que no actúa en consecuencia. No parece raro que nadie lo haya considerado como un planteamiento serio, ni aceptado su propuesta de exposición, misma que, por cierto, él estaba dispuesto a encabezar, como curador de arte.
Julia Pastrana volvió a su tierra con el debido reconocimiento, como una persona con derechos y dignidades, además de como artista; vuelta a mirar desde una sociedad que humaniza y ve el pasado con la sensibilidad que verifica los derechos de todas las personas. En un contexto de violencia, persecuciones, crímenes y agresiones, comenzar a poner orden al pasado apelando a la humanidad y la justicia, no viene tan mal; al contrario, suma a la política de la memoria y contribuye a la construcción de un futuro más justo para todos, con dignidad.
Referencias
- Anderson Barbata, L. (2013). Julia Pastrana, su vuelta y sus raíces. Discurso en el entierro de Julia Pastrana en Sinaloa de Leyva, Febrero 2013.
- Bartlett, F. (1995). Recordar. Estudio de Psicología Experimental y Social. Madrid, Alianza, 1932.
- Bekeris, E. (2007). “Destierro, arte, memoria, identidad.” pp. 345-350. En: Lorenzano, Sandra y Buchenhost (Eds). Políticas de la memoria. Tensiones en la palabra y la imagen. México, Universidad del Claustro de Sor Juana/Editorial Gorla.
- Blondel, Ch. (1945). Psicología Colectiva.México: Editorial América/Compañía Editora Nacional, 1928.
- Bondeson, J. (1997). The Strange Story of Julia Pastrana. A Cabinet of Medical Curiosities. I.B. UK, Taurus Publishers.
- Bondeson, J. & Miles, A.E.W. “Julia Pastrana, the nondescript: an example of congenital, generalized hypertrichosisterminalis with gingival hyperplasia”. American Journal of Medical Genetics, 47, 1993, pp. 198-212.
- Buckland, F. (1868). Curiosities of Natural History. Third Series. London, Richard Bentley, New Burlington Street.
- Darwin, Ch. (1868). The Variation of Animals and Plants Under Domestication. London, John Murray. 1ª. edición, volumen 2.
- Gamez, S. (2011). “Hay que exhibir a Pastrana: Bartra”, en Periódico Reforma. Miércoles 23 de Noviembre del 2011, p. 26.
- Garay, L. & Vargas, F. (2012). Memoria y reparación: elementos para una justicia transicional pro víctima. Bogotá, Universidad Externado de Colombia.
- Godinez, (2013). “La increíble y triste historia de Julia”, en Revista QUO, No. 187 de mayo de 2013, p. 16.
- Gylseth, H. & Toverud, L. (2004). Julia Pastrana. Thetragicstory of the Victorian Ape Woman. Traducido al inglés por Tumasonis, Donald. UK, Sutton Publishing, 2001.
- López, Nancy. “Desata indignación lona de Pastrana”. Periódico El Noroeste. Martes 22 de octubre de 2013, p. 2.
- Mead, G. H. (1929). “La Naturaleza del Pasado”. Revista de Occidente, no. 100, septiembre, 1989, pp. 51-62.
- Mimiaga, R. (2010). Julia Pastrana. Una sinaloense extraordinaria. Conference. Historians and Chroniclers. Mazatlán, Sinaloa.
- Muchembled, R. (2010). Una historia de la violencia. Del final de la Edad Media a la actualidad. Madrid, Paidós.
- Paz, I. (1997). Algunas campañas. 2 vols., México, El Colegio Nacional/Fondo de Cultura Económica.
- Pendleton and Taylor, Ed. (1855). The Intelligencer, Published at Corner Main and Quincy Street Wheeling, VA (edo de Virginia), Periódico de noviembre 22, 1855.
- Ramos, R. (1989). “Maurice Halbwachs y la Memoria Colectiva”. En Revista de Occidente, no. 100, septiembre, pp. 63-81.
- Vygotsky, L. S. (1979). El Desarrollo de los Procesos Psicológicos Superiores. México: Grijalbo, 1930.
*Una versión de este artículo apareció publicada en la revista El Alma Pública. Revista desdisciplinada de Psicología Social. Año 7, Núm 13, Primavera-Verano 2014. Publicamos aquí una versión abreviada y corregida, con permiso de su autor.