Encontrar la manera de activar una voz desde el arte en acciones que involucran la colectividad y la memoria, parece ser una fórmula resuelta. Las estetizaciones, los medios, incluso los nombres de quienes interpelan estos dispositivos, parecen repetirse en el tiempo y en el espacio.

En Colombia hemos crecido haciendo productos de memoria y colectividad que involucran, casi intrínsecamente, la narración/interpretación de la violencia. Y no es de esperar otra cosa, es la violencia la que nos ha parido por generaciones; la que ha condicionado nuestras maneras, nuestras relaciones, miradas, ideas, andares, desasosiegos.
No es nada nuevo: Colombia ha sido tierra de desterrados. El conflicto ha permeado nuestra sociedad desde sus cimientos coloniales y ha construido, en cambio, un tejido social que se ha edificado como consecuencia de las desigualdades, injusticias y diferentes mecanismos de discriminación.

Estas violencias, instaladas a lo largo y ancho de toda la América Latina, se basan en los mismos principios, los mismos miramientos políticos poscoloniales: sistemas de desestabilización, control de la economía y las materias primas, negación del relato histórico y de los lazos geopolíticos: material distópico. Sectores económicos que destruyen los sentidos comunitarios y de organización popular de discursos políticos, intervenciones eurocentristas (con su más actual extensión, Norteamérica), la precarización de la vida. La eliminación de esa otra historia le ha permitido al discurso estatal imponer la despersonalización de los discursos populares y sus cometidos, así como la incidencia que debería tener en el axioma político que permite cambios y legitima esos otros discursos.

¿Es el arte esa instancia que permite la reflexión? ¿El último bastión de la libertad? ¿Construye una relación afectiva y cognitiva sobre el espectador, permitiendo la forma más profunda de reflexión, que parece más psicomagia que metafísica en algunos casos?

Ahora bien, en materia de género, los haceres del arte parecen conquistados por cuerpos masculinos; por supuesto, una mera extensión de los mecanismos de la hegemonía. Y con “haceres” hablamos de varios lugares: el de la representación, el de la institucionalidad, pero también las materialidades, los temarios.

Es por todo esto en conjunto muy importante crear espacios desde el arte que articulen la memoria y la colectividad, a manera de una radiografía de la violencia. Pero con una mirada descolonizada, donde los discursos latinoamericanos tengan posibilidad de analizarse en todo su espectro, y quienes interpelan esos discursos sean cuerpos con voces reintegradas, cuerpos feminizados por el discurso oficial y de a pie.

Es en este contexto conocimos a Dora Bartilotti, en su paso por Medellín y su residencia en Platohedro, titulada La rebelión textil.

Dora (MX) es una artista sonora y visual. Su producción e investigación aborda los cruces entre arte, diseño, pedagogía y tecnología, sobre los que ha impartido cursos y talleres desde un enfoque crítico e interdisciplinar a diversos públicos y comunidades. Fue cofundadora de BINARIO: Festival Internacional de Arte, Diseño y Cultura de los Nuevos Medios (2012-2015) y del colectivo de performance audiovisual #FFFF (2011-2014). Actualmente forma parte de Medialabmx, cuyo objetivo es la investigación y el desarrollo de los vínculos entre arte, tecnología y sociedad. Es miembro del Laboratorio de Inmersión BBVA Bancomer-CCD y beneficiaria del programa de Residencias Artísticas en el Extranjero del FONCA.

La rebelión textil se pensó como un espacio de convivencia grupal, experimentación y reflexión para dar visibilidad al problema de violencia de género en el contexto urbano. El laboratorio estuvo dirigido a mujeres y personas no binarias y tuvo por objetivo explorar los textiles electrónicos como medios tácticos para la protesta y la acción colectiva, con  propuestas colaborativas basadas en materiales electrónicos y de costura, que finalmente se activaron en el espacio público.

El proyecto desarrollado en Medellín se compone de varios momentos:

1. La plataforma de Voz pública.

Dora creó la página ( http://www.dorabartilotti.com/voz_publica/ ) como un primer paso para la estrategia de la visualización de las violencias que sufren los cuerpos femeninos –o  feminizados– en el contexto urbano. El trámite es sencillo y da la posibilidad de anonimato (tanto de nombre como de IP) a quien quiera aportar su historia, permitiendo evidenciar las narrativas de esas violencias más que convirtiendo a la víctima en números y estadísticas que perecerán en el olvido.
Esta web es un diseño previo y experimental, anterior a la versión final de la plataforma que está en construcción.


2. Laboratorio textil

Como ejercicio en sí mismo, el laboratorio fue potente. Permitía unir dos haceres tradicionalmente binarizados: el tejido y la costura con materiales y resoluciones electrónicas. Además, se construyó una lógica de comunidad sorora que se basaba en los mismos cimientos de las costureras y las tertulias.

Se desarrolló, en grupo, una propuesta textil para activar en la calle. Cada una de las participantes utilizó un pasamontañas y una falda, ambas cosas fabricadas en el taller, y esas prendas portaban dispositivos electrónicos que reproducían las historias anónimas de la plataforma web, gestionando así una propuesta expandida y de activismo, con una estetización e imaginería muy contemporánea. 

3. Acción pública

Finalmente, se organizó un performance que salió desde Platohedro y avanzó por toda la calle Ayacucho hasta las Torres de Bomboná, en el centro de la ciudad.

Este compendio de acciones hacen parte del proyecto de investigación que Dora viene realizando desde hace poco más de un año. Y es un primer paso en la realización de su mediación, Voz Pública.

En palabras de Dora: “Voz Pública es una mediación táctica y una pieza de arte participativo en proceso que está basada en una plataforma virtual en internet, un textil electrónico y una serie de laboratorios urbanos que en conjunto buscan conformar una red de acciones colaborativas, a nivel local y virtual para abordar el problema de violencia de género en el contexto urbano en Latinoamérica.”

La intención, por supuesto, no murió con el laboratorio en Medellín. Es apenas un paso en la construcción de espacios para las mujeres y los cuerpos históricamente feminizados, tanto en el espacio público como en el arte, en la multiplicidad que ofrece la sociedad a los cuerpos que la integran, y a las ciudades y lugares que estos transitan.
Por otro lado, es una invitación a pensarnos el espacio que habitamos y que nos rodea, no sólo como un lugar ya construido por otros y que se erige sobre nosotras, sino cómo tenemos la posibilidad y la obligación de tomarlos por nuestros, alterarlos con nuestros tránsitos y sus otras posibilidades, sus otredades.


PARA VISITAR:

http://www.dorabartilotti.com
http://www.dorabartilotti.com/voz_publica/relato.php
http://medialabmx.org/
http://platohedro.org/

LECTURAS RECOMENDADAS:
Manifiesto Cyborg, de Donna Haraway
Megalópolis: Sensibilidades culturales contemporáneas, de Celeste Olalquiaga
Rebel cities, de David Harvey

* Publicado originalmente en: https://lasagrada.co/la-rebelion-textil/