Y esta ya investigada

forma inculcar más bella de sentido adornada;

y aún más que de sentido de aprehensiva

fuerza imaginativa,

que justa puede ocasionar querella

cuando afrenta no sea,

de la que más lucida centellea

inanimada estrella,

bien que soberbios brille resplandores,

que hasta a los astros puede superiores,

aun la menor criatura, aun la más baja,

ocasionar envidia, hacer ventaja.

Sor Juana Inés de la Cruz, Primero Sueño

Hablar de mujeres e imaginación es, hoy en día, como hablar de entes sobrenaturales que han pertenecido a la marginalidad establecida por el mainstream del sistema social y cultural en el que vivimos desde hace siglos. Ambas palabras contienen una carga ideológica, política, histórica y por supuesto artística que nos lleva a cuestionarnos por qué ha sido necesario hacer labores de rescate y reconocimiento en torno a ambas –mujeres e imaginación- dentro de diferentes ámbitos.

A mí en lo particular me interesan las exploraciones creativas de las mujeres que han decidido acudir a diversos imaginarios para hablar sobre asuntos que ponen en entredicho la realidad y proponen un juego con ella, con los sueños, con las posibilidades del futuro o del trastocamiento del presente y el pasado, con la relación entre el ser humano y todo lo incomprensible o desconocido para él -y por tanto sobrenatural-, o lo que cree comprensible y manipulable por él, como la tecnología y sus muy cuestionables usos para “mejorar” la vida cotidiana o hacer posibles las exploraciones del Universo. Sabemos que para llegar a este punto, las mujeres que han optado por dedicarse a la escritura han atravesado un camino bien escabroso, sobre todo cuando se consideraba que la literatura sólo podía ser ejercida por los hombres. Buen ejemplo de esto es la carta que, en 1836, Robert Southey envió a Charlotte Brontë después de que ella le pidiera su opinión sobre un poema que había escrito:

There is a danger of which I would with all kindness & earnestness warn you. The daydreams in which you habitually indulge are likely to induce a distempered state of mind, & in proportion as all the “ordinary uses of the world” seem to you “flat & unprofitable”, you will be unfitted for them, without becoming fitted for anything else. Literature cannot be the business of a woman’s life: & it ought not to be. The more she is engaged in her proper duties, the less leisure she will have for it, even as an accomplishment & a recreation. To those duties you have not yet been called, & when you are you will be less eager for celebrity. You will not then seek in imagination for excitement.   


Charlotte Brontë

Es curioso cómo, en tan breves líneas, destacan los términos danger, woman’s life, duties, imagination, y cómo, dentro del párrafo, todas estas palabras están entramadas para hacer una advertencia amigable sobre el hecho de que una mujer debería alejarse del peligro de dedicarse a la literatura o entregarse a las emociones fuertes que puede producir la imaginación. Por supuesto, queda preguntarse: ¿peligro para quién, por qué, en qué sentido? Parecería que en esas líneas se concentra todo un paradigma que por desgracia sigue vigente, y que, además, ha establecido el hecho de usar la imaginación como algo que nos aleja del sentido práctico y funcional de la vida. Sin embargo, las escritoras idearon otros modos de publicar sus trabajos mediante el anonimato o el uso de seudónimos masculinos, como sucedió con Mary Shelley y su Frankenstein o el moderno Prometeo, que todo mundo adjudicaba a Percey Shelley; o como en el caso de Violet Page, quien firmaba usando el nombre de Vernon Lee, y de muchas otras escritoras en Europa y Estados Unidos, sobre todo si escribían sobre vida cotidiana, filosofía, erotismo, ciencia ficción o fantasía. Las hermanas Brontë también recurrieron a ese método, y justo fue Charlotte quien aclaró lo siguiente al respecto:

We did not like to declare ourselves women, because we had a vague impression that authoresses are liable to be looked on with prejudice.

En épocas más recientes se ha mantenido el uso de la publicación bajo seudónimo o el ocultamiento del nombre femenino sustituyéndolo por siglas para lograr una mayor aceptación en el mercado, como en el caso de James Triptee Jr (Alice Sheldon), J.K. Rowlling, o J.D. Robb (Eleanor Marie Robertson), entre otras.

Aunque en México no se ha dado este fenómeno, sabemos lo que debió hacer Sor Juana Inés de la Cruz para dedicarse al estudio del lenguaje, las ciencias, la filosofía, la teología y ejercer la escritura. A pesar de que la mayoría la recuerda por su obra poética (alguna de ella hecha por encargo), coincido con el análisis de Raquel Montesa Bernet, quien retoma textos de José Gaos, Antonio Alatorre y Octavio Paz para proponer una lectura de Primero Sueño como ejercicio del lenguaje barroco a manera de vía para mezclar temas metafísicos, ontológicos y de especulación donde Sor Juana cuestiona la realidad y busca acceder al conocimiento a través del sueño, que es el estado más puro del alma humana en tanto que está libre de todo control racional e incluso fisiológico:

El conocimiento es, en la obra de Sor Juana, un viaje que se lleva a cabo en la oscuridad y el silencio del mundo, los cuales crean el clima adecuado para el consiguiente dormir de los sentidos. Así pues, tras la llegada de la noche, se nos describe en el fragmento ocupado por los versos 151 y 292 la “suspensión” del trabajo de los órganos corporales (corazón, pulmón, tráquea y estómago) y es entonces cuando la fantasía comienza a formar imágenes diversas que conforman el objeto de conocimiento al que aspira penetrar la visión del alma.

Para mí, con esta búsqueda ontológica, mística e imaginativa, Sor Juana estableció un puente con voces literarias y artísticas que siglos después permearon el panorama creativo de nuestro país y que se integraron a nuestra cultura de una forma tan natural que hoy en día se usa para englobar el sincretismo que define de una forma muy particular “lo mexicano” ante el extranjero. Aunque llegó a México de Europa (como la mayoría de las corrientes estéticas que se instauraron en Latinoamérica durante finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX), el surrealismo desarrollado en nuestro país adquirió tintes muy particulares tanto en literatura como en cine y artes visuales, quizá porque la esencia surrealista permeaba –o permea aún–  las visiones de las múltiples realidades que conforman la cultura mexicana:

“El surrealista crea un mundo fantástico, no lo refleja, el mexicano quizá, porque lo vive, lo oculta. El mexicano que vive nuestra realidad surreal, que encierra en su ser todavía vestigios del mundo mágico, que cree en el milagro, cuando se expresa habla por medio de signos, de símbolos que en parte descubren y en parte ocultan su ser.”

Lo que se muestra o se oculta mediante el sueño, el trance, la alteración de los sentidos y las visiones epifánicas es material indispensable para la creación artística, y no hay manera de entrar a ese mundo sin la imaginación de por medio, ya que la imaginación es la herramienta primigenia con que fuimos dotados para comprender todo lo ajeno a las estructuras lógicas de nuestro pensamiento.

Una de las particularidades del surrealismo fue la participación activa de mujeres que experimentaron con distintas disciplinas: Leonora Carrington, Remedios Varo, Alice Rahon, Kati Horna, Maya Deren y Unica Zürn son sólo algunas de ellas, y de quienes, en lo personal, he abrevado para construir una idea más amplia de lo que significa el trabajo multidisciplinario. Todas ellas tienen en común el exilio (ya sea voluntario o por cuestiones políticas), el viaje y el uso de diversos lenguajes para expandir sus particulares visiones artísticas, las cuales coinciden en una extrapolación de códigos habituales en el mundo onírico, mitológico y psíquico con el fin de intervenir las percepciones de la realidad inmediata. La narrativa, la poesía, el teatro, la pintura, el dibujo, la escultura, la fotografía, el cine y la danza fueron los campos en los que ellas experimentaron y de los cuales se retroalimentaron a lo largo de su vida, ya fuera en colaboración, a lado de otros surrealistas, o de forma individual. Aquí valdría la pena señalar que, a pesar de ciertas actitudes de Breton, dentro del surrealismo prevalecía la constante de trabajar en colectivo y de apoyarse mutuamente sin distinción de egos ni géneros.

Sin embargo, esa constante se mantuvo por muy poco tiempo, y el canon artístico mexicano comenzó a instaurarse de nuevo a partir del mainstream masculino y en temas alejados de la imaginación, la cual fue delegada muy pronto al ámbito de lo infantil, “lo poco serio”, o, paradójicamente, lo femenino, sobre todo en un país donde no es de machos andar imaginando. Esto me lleva a plantear lo siguiente: ¿por qué, a pesar de que la imaginación es un elemento inherente a la naturaleza humana, hay quienes se avergüenzan de ello y por tanto lo invalidan, de la misma manera en que invalidan la aportación social, política y cultural de la mujer?

Sé que durante los últimos años se ha realizado una revaloración y rescate de la obra de quienes hicieron grandes aportes al campo de la literatura de la imaginación mexicana a mediados del siglo pasado, casi como si se tratara de una moda hablar de / o leer a Francisco Tario, Guadalupe Dueñas, Amparo Dávila e incluso Emiliano González, por mencionar sólo a las referencias más obvias. Bien. Pero, ¿por qué, a pesar de las charlas, publicaciones y homenajes en torno a ellos, sigue permeando esta sensación de incomodidad cuando alguien enmarca su trabajo literario dentro de lo fantástico, y peor aún, cuando se trata de una mujer que se aleja de los cánones que determinan la escritura femenina (sic) y se arriesga a explorar situaciones ajenas a su experiencia cotidiana o que la abordan con giros distintos, no convencionales?

Guadalupe Dueñas

Mi inquietud ahora va más allá de determinar que nuestra tradición literaria debe mucho a escritoras y artistas que se han dedicado a trabajar en torno a temas donde prevalece la otredad en sus múltiples rangos: lo marginal, lo onírico, lo alienado, lo multidimensional, lo monstruoso, lo extraño, lo inexplicable, lo siniestro, lo ominoso. Cada una de nosotras tiene en su árbol familiar a aquellas de las que ha aprendido o con quienes comparte algunos rasgos temáticos y narrativos incluso antes de haberlas leído; en lo personal, además de las que he hablado antes, me gustaría mencionar a Manú Dornbierer, Inés Arredondo, Gabriela Rábago Palafox, Mayra Luna, Guadalupe Nettel, Daniela Tarazona, Karen Chacek, Raquel Castro, Cecilia Eudave, Bibiana Camacho, Norma Lazo, Verónica Murguía, Liliana Bodoc, Daína Chaviano, Norma Yamille Cuéllar, Gabriela Damián, Lola Ancira, Samanta Schweblin, Mariana Enríquez, Liliana Colanzi, Solange Rodríguez Pappe, Angélica Gorodischer, Alejandra Pizarnik, Silvina Ocampo, Margaret Atwood, Úrsula K. Leguin, Ángela Carter, Erzsébet Báthory, Nnedi Okorafor.

Hoy en día me interesa identificar a aquellas que siguen escribiendo y que no conozco; mapearlas, escucharlas, leerlas, saber cuáles son las inquietudes de cada una y de qué forma se entrelazan con las otras; saber, en resumidas cuentas, qué tipo de escritura fantástica concibe cada una y cuáles son nuestras coincidencias, tomando en cuenta que estamos compartiendo un tiempo y espacio terrible y luminoso en tantos aspectos cada día, y por ello, forjando en conjunto una propuesta para creer que hay mejores formas de habitar o reconstruir nuestros mundos.