Niccolò Paganini, el mejor violinista que su tiempo haya visto interpretar, hacía su aparición ante el público precedido por una leyenda que lo acompañaría por los siglos de los siglos. Paganini tocaba, según consta en crónicas de la época, con tal virtuosismo técnico y despliegue corporal que no podía ser humano. Y su público experimentaba tal infatuación con su música y la vibración de su cuerpo, que no podía ser de Dios. Esa música más que elevar el espíritu parecía sublevarlo. Entonces comenzó el rumor: Niccolò hizo un pacto con el diablo, intercambió su alma por las dotes al violín que lo caracterizaron. No era él sino la inspiración diabólica quien tocaba. Lo humano siempre tiene unos límites con aquello que puede percibir de lo humano, cuando se desbordan, entonces es competencia de Dios o del Diablo: lo supra y lo infrahumano. ¿Cómo sucede que algunxs queden bajo el dominio del don divino (sobrehumano) y otrxs del demoniaco (infrahumano)? En el caso de Paganini aventuro que su vida licenciosa, sus gustos extravagantes y, dicen algunos, su aspecto: hiperdelgado, cadavérico lo describen, de nariz puntiaguda y cara angulosa. Lo feo cuando es bello, perturba. No se supone que fuera así. Para ese desequilibrio de fuerzas morales nos quedan las fuerzas oscuras. Dios es límpido, transparente, sus criaturas son a su imagen: bellas, buenas, rozagantes. El virtuosismo salvaje no es de Dios ni del hombre.

Y hubo un día un Dios colonizador que cruzó con barcos el océano en busca de almas nuevas con esta antinomia castrante a cuestas, y como no las encontró, porque lxs amerindixs no tenían alma, puso en su lugar unas que ya tenía por conocidas: bellas, buenas, rozagantes. El virtuosismo acapara a las criaturas celestiales y el diablo busca almas salvajes. Y las encuentra. A Robert Johnson, un joven músico de los campos del sur de Estados Unidos que no llegó a cumplir los treinta años, lo halló en el delta del Mississippi, la cuna del blues según consenso general, en un legendario cruce de caminos que algunxs han ido a buscar como se buscaría Troya. Están quienes se apuran a decir que no existe, que dicho encuentro no pasó, que lo que existe es Johnson y sus veintinueve grabaciones –que hizo en solamente un año– del blues raizal del delta del Mississippi, un estilo rural, con gran carga emotiva, del que también fueron parte Muddy Waters y John Lee Hoocker. ¿Y por qué habría de ‘no existir’? Voy a pensar ese cruce de caminos como un lugar espiritual, un lugar mental, una metáfora. Un cruce de caminos al que en su canción “Croassroads Blues”, paradójicamente, llega a pedirle, de rodillas, clemencia a Dios. Había que cambiar a Dios por el Diablo. Eran los años treinta del siglo XX, eran los años jóvenes del segundo aire del Ku Klux Klan —un clan-ritual criminal de supremacía blanca que avanzaba por territorio sureño con una cruz prendida en fuego—, nacido en la vecina Tennessee en la segunda mitad del siglo XIX, y renacido en 1915 sólo para asegurarse de que aquella tierra, custodiada por lxs nativxs (quienes no consideran la tierra de su propiedad, sino más bien ellxs son de la tierra), fuera ocupada a sangre y fuego por el hombre blanco civilizado, el hombre de ese Dios particular. Para asegurarse de que todxs estxs esclavxs africanxs y su descendencia no se creyeran ni por un momento habitantes, ni huéspedes siquiera. Eran los años en que de los árboles brotaban cuerpos “negros” colgando como extraños frutos, como escribió Abel Meeropol en 1930 y cantó Billie Holiday muchos años después con esa voz suya que no puede ser sino de Dios y todas las diosas arcaicas y los diablos de todos los mundos…

 

Pero allí estaba el delta del Mississippi, no lo vieron por fortuna, criaturas celestiales, suprahumanas, civilizadas. El inframundo de las almas poseídas y salvajes les estaba vedado. Un cruce de caminos en el que se fragua el “arte de la resistencia”, que dijera James C. Scott.

Dios y Diablo son aquí en este cuento que cuento claras metáforas, una falsa dicotomía, imágenes mentales de un proceso colonizador y opresivo complejo. El delta del Mississippi es el lugar que el diablo de lo que no se deja aplastar encontró para encarnarse. El diablo esclavo. El diablo en el cuerpo de la resistencia. Lo salvaje si es virtuoso a su manera es infrahumano, está poseído. Porque como nos enseñó Eduardo Viveiros de Castro, el alma “salvaje” es dueña de un temple, de un mundo, de una visión, que durante siglos de historia conquistadora y esclavista sólo ha podido leerse como “inconstante”, como infradotado, infantilizado, discapacitado, insuficiente. Debe ser el diablo aunque los spirituals, cantos de corte religioso que cantaban lxs afrodescendientes en los campos de algodón, primos espirituales del mundano blues, fueran Dios y Evangelio. A pesar de que spirituals, work songs y blues fueran lo mismo: freedom statements, posicionamientos de libertad. Documentos de una lucha dolorosa y tierna contra la opresión. Voy a permitirme una cita, sólo una, de Denise Sullivan, de su Keep On Pushing. Black Power Music. From Blues to Hip Hop:

“The songs born from slavery —whether sung in abolitionist times or in the modern Freedom era— were concerned with liberation bondage, absolute equality, and a result to push forward. Whether that freedom come on earth or in heaven is less relevant than the way the songs forge a connection to shared cultural heritage and history of oppression”.

[Las canciones nacieron de la esclavitud —se hayan cantado en tiempos de abolicionismo o en la era de la libertad moderna, conciernen a la libertad del esclavismo, la absoluta igualdad y son el resultado de empujar al frente—. Si esa libertad se da en la tierra o en el cielo es menos relevante que la forma como las canciones forjan una conexión con la herencia cultural y  la historia de opresión compartidas.]

 

El virtuosismo salvaje, pues, descompone el código. Glitch. No se supone que debían poder tocar así, por cuenta propia. No se supone que el esclavo encontrara la vuelta, que mantuviera protegida del amo su autonomía y su diferencia. No se suponía que tuviera historia. No se supone que Dios pudiese hablar a través de ellxs. No se supone que Dios hiciera pacto y promesas con ellxs. Ha de venir un hombre blanco civilizado a decir décadas después que Robert Johnson es quizá el músico estadounidense más importante, y el diablo comenzará a aparecer en el rock blanco.

El delta del Mississippi, santuario posible para los derechos civiles de la población afroamericana, ya premonitoriamente anticipado por Robert Johnson en la encrucijada legendaria; luego, el “Goddam Mississippi” que cantaría Nina Simone:

The name of this tune is Mississippi goddam
And I mean every word of it

Alabama’s gotten me so upset
Tennessee made me lose my rest
And everybody knows about Mississippi goddam

 

El delta del Mississippi es el lugar del freedom statement, del canto de resistencia de los esclavos, el coro de la diferencia resistente, el lugar donde la cultura musical* expresa su potencia política de desafío, de plantar cara. No es el único (¡claro que no olvido Alabama!), y tampoco estoy hablando sólo del blues, pero no me refiero al lugar en el mapa: lo tomo como el sitio político de las reivindicaciones de los derechos de los afrodescendientes, el lugar que vio nacer la potente “música negra” estadounidense y el movimiento Black Power, indisociables la una del otro. Hablar de música y fenómenos reivindicatorios, políticos y decoloniales sin hablar de diáspora, exilio y Black Power es imposible. Téngase, pues, como homenaje (limitadísimo) a la música creada por la diáspora africana en Estados Unidos y sus herederxs y continuadores el título de esta columna que repasará a las culturas musicales populares como cuerpo en el que la política extiende su ejercicio, como resto arqueológico y documento al que podemos cuestionar para completar historias, para que no nos quede la guerra, el genocidio, la desolación.

*Siempre que digo “culturas musicales” estoy citando al etnomusicólogo mexicano Gonzalo Camacho. Cfr. “Las culturas musicales de México: un patrimonio germinal. En Fernando Híjar Sánchez (coord.), Cunas, ramas y encuentros sonoros. Doce ensayos sobre el patrimonio musical de México, México: Conaculta/Dirección General de Culturas Populares, 2009.

 

Playlist

Spotify: https://open.spotify.com/user/12142220306/playlist/4T1JL59nlttNE5cg2FgJ7g

Youtube: 

  1. Crossroads (Robert Johnson) – https://www.youtube.com/watch?v=GtDlZdhHRCI
  2. Nina Simone – Mississippi Goddam Live (Remastered) (Audio) – https://www.youtube.com/watch?v=-HM2S6TVYII
  3. Wade in the water – Ella Jenkins – https://www.youtube.com/watch?v=vg_8L96E3eU
  4. Billie Holiday-Strange fruit- https://www.youtube.com/watch?v=Web007rzSOI
  5. Big Mama Thornton – Hound Dog (1952) Blues –https://www.youtube.com/watch?v=yoHDrzw-RPg
  6. Easy Rider – Odetta https://www.youtube.com/watch?v=VSeEHnMI_fI
  7. Blind Lemon Jefferson – See That My Grave Is Kept Clean – https://www.youtube.com/watch?v=zXMhnYNzWaM
  8. Oh Freedom! – The Golden Gospel Singers (Lyrics in Description) – https://www.youtube.com/watch?v=veiJLhXdwn8