Hay cortes en el flujo de la historia que establecen un acontecimiento de algo que se dirige al espíritu y al alma de las personas y de una época. En este caso, los terremotos más fuertes que hemos tenido, para quien escribe, establecen el derrumbe, las fractura, la destrucción de una visión del hogar en el sentido más simbólico e interior de los seres y las cosas.

El 19 de septiembre de 2017 la tierra se encargó de hacerme tangible todo lo que de alguna manera ya estaba roto o destruido. Mi percepción de solidez se hizo pedazos, el fin de un tiempo y de una época efectivamente tiene mucho que llegó, y ya ha pasado.

El 19 de septiembre de 1985 mi familia de origen estaba junta; el 19 de septiembre del 2017, fragmentada y con un gran vacío.

El 19 de septiembre de 1985 formaba mi primera amistad, hoy tengo tres amigos muertos; uno por la velocidad, otro por la droga, otro por contingencia.

En 36 años he reconocido en mí a los peores nombres de la historia, pero también el amor más auténtico y desinteresado.

Lo que quiero transmitir no es un drama, sino que habitamos una fractura ontológica, una rotura que nunca cierra, algo que nos separa: no hay fundamento ontológico en común. Una soledad radical, una relación con el Otro siempre fallida. Una falla estructural es la que nos recorre, en cuerpo y lenguaje; hay una brecha que nunca cierra, nunca decimos lo que queremos decir y habitamos la insatisfacción pulsional. Hoy a cuerpo y lenguaje se añadiría ciudad como espacio de vida y de lo político. Ciudad rota, llena de brechas difíciles de cerrar.

En estos tiempos sería bueno recordar esta verdad lacaniana si queremos hablar de reconstrucción o algún tipo de re, como reparar, no repetir, repetir, rememorar, etcétera.

Nuestro tiempo y andar es el del RE, toda la voluntad y el deseo humanos siempre tratan de reconstruir algo que de antemano ya viene con alguna fractura o que potencialmente puede colapsar en cualquier momento, sea el amor, la amistad o el lazo social en amplio sentido. Una imposibilidad de que exista el fundamento último, la identidad gloriosa del yo y otro.

Sin embargo, la brecha, la fractura nos arroja a un estado donde si bien hay algo que no funciona, tampoco representa el agotamiento de la potencia o del deseo. Es decir, que para reconstruir es preciso tener en cuenta este sostén con poca solidez, este sinthoma de nuestra vida como seres subjetivos y como sujetos; en esa medida dejaremos de vivir bajo efectos imaginarios –fantasmas- de deseos de totalidad y plenitud.

No podemos reconstruir si antes no hablamos de lo que efectivamente se ha destruido y se encuentra fracturado, roto.

La perversión ha destruido la amistad.

                                                                        La violencia y el machismo han matado al amor.

La ambición y la competencia han destruido el trabajar juntos.

             El capital ha destruido el lazo social.

                                                                                              El hombre ha destruido a la tierra.

Reconstruyamos con la idea de que nada puede permanecer sólido y pleno por toda la vida, la finitud, la vulnerabilidad, la contingencia son parte de nuestra condición, aprendamos a resistir creando territorios dignos de vivir, vivamos dignamente el acontecimiento, mientras la tierra nos lo permita, trabajemos a pesar del fracaso, vivamos abrazando a la finitud de nuestra existencia.

El acontecimiento 19S me ha permitido concluir que en mi interior y en mi exterior se encuentran dispuestos y entrelazados bloques destructivos, casas caídas, hermanos muertos, traiciones imperdonables con bloques constructivos, nuevas casas, nuevos amigos, momentos de gloria. Y esperamos que así se dé la reconstrucción, articulando con sentido la muerte y la vida, reparando lo que se pueda, reconstruyendo sin olvidar lo que se perdió, amar a pesar de lo imposible.