Siempre presumí ser generación “post 85”, me parecía una categoría mucho más real y cercana que ser “millennial”, me identifica más. Me es más cercana. El milenio no cambió nada en mí, el 85 sí cambió mi contexto. Nací en un país distinto al que nació mi hermana tres años antes.

 

Ser “post 85” fue una maravillosa coincidencia: sé perfectamente qué hacer ante una catástrofe, pero sin trauma. Aprendí de la experiencia ajena.

 

Todos aprendimos de aquella experiencia. Lo más importante, la prevención. Los adultos de aquel momento hicieron todo lo que estuvo a su alcance para evitar otra catástrofe. Por ejemplo, hace 32 años, mis papás decidieron mudarse a una zona donde no temblara, así llegaron a Coapa. Durante mi infancia, cada vez que temblaba, mis papás se sentían seguros y nos tranquilizaban con “no se preocupen, aquí no pasa nada”. Crecí segura de que en mi casa no pasaría nada.

 

2017 nos demostró que no tenemos nada seguro.

 

El sismo no fue mi primer recordatorio. 2017 me recordó una y otra vez que la reconstrucción es permanente, que no volvemos a tener los mismos muros, que las cicatrices están bien y que juntos podemos reconstruir todo.

 

 

En 2017 vi a mi hermano en una cama de hospital, escuché a los médicos decir que podía morir o quedar cuadripléjico y también vi a mi hermano levantarse de la cama, aprender a caminar, lloró y lloré por un dolor que no sabemos bien si venía del cuerpo o de algo mucho más profundo. Lo vi dar un paso a la vez para reconstruirse.

 

En 2017 mi hermano me enseñó que no importa lo que cueste, no puedes detenerte. En 2017 mi familia me enseñó que hacer equipo es, tal vez, la única forma de volver a levantarte. En 2017 mi ciudad me enseñó qué es comunidad. En 2017 mi país me enseñó que la solidaridad es absolutamente real y que vemos al otro como nuestro.

 

 

 

1985 ya no es la fecha más importante para mí y mi contexto. Sí, gracias a 1985 aprendimos cómo se hacen las cosas, aprendimos que nos volvemos a levantar, aprendimos y aprendimos; pero en 2017 supimos usar lo aprendido y aprendimos que no sabemos todo, que una experiencia no es la única posibilidad y que, aunque nos sentimos preparados, tal vez no lo estemos.

 

Como mi hermano, debemos levantarnos, aprender a caminar, esforzarnos cada día para recobrar el movimiento, saber que si ya podemos mover la pierna izquierda, todavía debemos trabajar para poder mover la mano derecha, aceptar que hay que comenzar de nuevo. Y, lo más importante, los que estamos alrededor, aquellos que no perdimos nada, saber estar y reconstruirnos juntos.

 

Ya no sólo soy post 85, ya no sólo aprendí en la experiencia ajena. Ahora yo también comparto el trauma, pero también comparto la conquista de habernos levantado. No hemos terminado, mi hermano tampoco, pero sabemos que podemos.

 

2017 es ahora el año que marca a mi generación.