Geotrauma )))

Cumplimos la voluntad de la tierra. La voluntad de la tierra se cumple a través de nuestras palabras, de las cuales decimos: “son mías”, y de nuestros actos, de los cuales decimos: “son mi voluntad”. Nos mentimos los unos a los otros al explicar que “lo hicimos porque quisimos hacerlo”, o que “seguimos nuestro instinto.” Pero es en verdad la tierra: es la tierra quien quiere, mueve y dispone.

 

Las placas tectónicas se mueven violentamente, salimos a las calles por una pulsión interior a la que llamamos “instinto de supervivencia”. Escapamos a tiempo del derrumbe, empujados por ondas poderosas. Todo cae: nos buscamos unos a otros bajo los escombros de lo caído: porque es nuestra voluntad salvarnos y encontrarnos.

 

Nada de eso. Es la tierra la que al moverse nos mueve, son los derrumbes los que al ocurrir nos dan voluntad de vida (o nos la quitan), nos limpian por dentro de manera brutal. Todo lo nuestro se refiere a la piedra: somos insectos tectónicos.

 

Y así salimos aquel día: corriendo, y así nos mantuvimos en vela aquella noche: por voluntad de capas profundas, de estratos, de agregaciones inestables de minerales, de temperaturas y dilataciones fluctuantes. De una confluencia de voluntades geológicas dependió nuestro apuro. Feldespato alcalino, danos tu crujido.

 

[Aquella mañana mi padre me llevaba en su coche a la escuela. De repente, a medio camino, el coche comenzó a agitarse violentamente. Volteé a mirarlo, pero no era mi padre quien me jugaba una broma pesada girando el volante. Era la tierra, al volante. Y esto vi por la ventanilla: postes de la luz que se movían como espigas al viento, pavimento que ondulaba. Pero de ese día recuerdo, sobre todo, el terror en los ojos de mi padre, y el ruido de la estática emitido por el radio de pilas que mantuvimos encendido todo el tiempo para saber qué había pasado, qué estaba pasando.]

La voluntad, sin embargo, no es un vector que cruza espacios o visiones, ni barreras de existencia, sino una espiral que enzarza, que distribuye intermitentemente actos, movimientos, resonancias. Afectos: la espiral va y vuelve. Y así, ¿cómo vuelve a la tierra la voluntad que de ella emana después de habernos atravesado, de haber cruzado a través de nosotros? En forma de reconstrucciones, quizás. Des-temblores. Arcilla, paz bajo tu cielo de enojo.

 

Tras el temblor volvimos a levantar. Sabiendo de forma callada, sabiendo pero no diciendo, que lo que construíamos volvería a caer algún día. De esta forma se cumple la espiral: como una futilidad bien cuidada, como pasos de danza circular ejecutados con suma atención. Con otra intención: xenointención. Vigilia y sueño, sueño y vigilia, sucesión hacia/desde afuera. Basalto, Diorita, Ingimbrita, hermanas de lo ondulante: dennos un día de descanso.

 

La voz prestada

El mineral-movimiento nos dio la voz.

 

Silicio, corrige nuestro hablar torcido. Mármol, entréganos un idioma sin palabras.

 

[Por esa voluntad mi primo de 15 años y yo de 13 años nos afanamos ensamblando decenas, casi cien sándwiches – pan blanco mayonesa mostaza queso jamón una rebanada de tomate – que mi tío llevaba a los voluntarios, sólo un poco mayores que nosotros, que arriesgaban su vida por rescatar a la gente enterrada bajo los escombros. Por esa voluntad aprendí a ensamblar estratos comestibles, trabajé dando alimento, me sentí parte de algo. Recalco: “de algo.”]

 

Limo, sumérgenos en el alimento resplandeciente.

 

Pero después del evento telúrico un fade-out crónico nos hizo enmudecer progresivamente: cayó una sombra vectorial-tectónica sobre nosotros, una oscuridad desregulada: la violencia mineral nos distrajo de la venta masiva de empresas paraestatales, de la privatización de la tierra, del saqueo: como si la tierra misma hubiera sido cómplice de la moneda: la moneda-espectro. La tierra: la moneda-vector que se retraía rápidamente a un espacio por inventar: un espacio no geométrico. Matrices atravesadas, dirección y magnitud, flujo. Sin masa. Nubes de oro. El shock del rescate, lo vibrante de la voz encontrada entre varillas retorcidas y polvo de concreto (la voz ronca) (nuestra voz), nos nublaron la vista. Vino la calcificación del tiempo-para-otros, la petrificación del enjambre, el desmoronamiento. Vinieron los años de oscura aceleración: el temblor nuevo, que era sombra apenas, se anunciaba: vino después lo peor. El mineral-movimiento-vector nos borró la voz.

 

Y, sin embargo, la lengua aún se mueve.

 

Ahora bien, ¿qué trazas de voluntad mineral, geológica, tectónica, telúrica se pueden hallar entre los estratos de nuestro lenguaje moribundo? ¿De qué forma acentúan los sismos nuestras palabras? ¿Cómo cambian nuestros matices y metáforas cuando la tierra nos mueve? Más allá de los cansados juegos de palabras (corazón de piedra, piedra en el zapato, piedra en el camino) (reproducidos como ritornelli para espantar el miedo que infunde la voluntad ctónica), ¿qué aspectos de lo que hablamos se transforman, y cómo, después de haber sido vehículos de lo profundo? [La voluntad de la tierra en convulsión interfiere el espacio-tiempo que emanan todos los objetos que hay sobre ella: los hace oscilar modulando sus emisiones, de tal manera que, por momentos, todo se mueve al unísono: todo emite el mismo espacio-tiempo: todo se mueve al compás de un sólo canto: el canto telúrico. Es justamente esa sincronía lo que aterra: xenosincronía.]

 

Insect tectonics

No estamos pudiendo dormir. O no estamos queriendo. No sabemos. Pero sucede que ha salido la luz verde: decimos verde por decir otra: una luz que no es la del día, ni la de la luna por las noches. Respiramos esa luz y así es como no dormimos. Dejamos la cueva y somos otras, como la luz.

 

Cuando emerge la luz verde del suelo, sabemos que habrá movimiento. Mañana, o antes, pero habrá.

 

Hay pululando los animales que nos comen, quizás ellos lo sienten también. Pero en estos momentos no nos comen: temen por sus vidas y corren. Pasan por nuestro lado, por encima de nosotras sin notarnos: van impulsados por el terror. Aunque nosotras sabemos que no hay que temer: la luz verde es amiga. Es presagio de eventos que pueden dañar a animales más grandes que nosotras, es verdad, pero al final los reacomodos siempre son para bien. Además, no hay a dónde correr: cuando la tierra se mueve, se mueve entera.

 

Y no podemos escapar de la tierra.

 

Bajo la luz verde bailamos sin ton ni son. Es un alivio, después de eternidades de seguir la fila, de cargar a cuestas el alimento. Algunas de nosotras no llegan a experimentar en sus vidas esto que no nos deja dormir, esta luz que nos hace bailar desparramadas. Pero todas sabemos que existen momentos como este: es como si todas hubiéramos vivido infinitas vidas hacia atrás, hacia adelante, hacia arriba y hacia abajo: vemos las luces verdes que emergieron hace cien, doscientos, trescientos millones de años. Vemos las luces verdes aún por venir. Cada una de nosotras ya ha vivido las vidas pasadas y futuras de todas las de nuestra especie. El universo hace implosión en nuestra pequeña carne.

 

Bailamos porque el derrumbe se baila, porque el derrumbe rompe el orden y está bien que así sea.

 

Sabemos que nuestro baile es escritura. Reescribimos, desde hace millones o billones de años, la misma historia: la historia de Nyone Ngana, hijo del creador Bumba. Poco después de que su padre vomitó el mundo, Nyone Ngana quiso imitarlo, e intentó hacer girar por sí mismo la rueda de la creación. Para poner a prueba sus artes y capacidades, creó a la primera de nosotras. Luego creó a la segunda, a la tercera, a la centésima. Pero no pudo parar: la rueda de hacernos adquirió velocidad y voluntad propia: nos creo por miles, millones, billones: muchas más que los años del universo. Presa de una fatiga infinita, Nyone Ngana murió. En su memoria, aún hoy levantamos montañas con nuestras propias manos. Y en días como hoy, cuando los gases verdes de Bumba salen a la superficie de la tierra, bailamos para recordar al hijo muerto, asesinado por su obra: asesinado por nosotras.

 

Al bailar vomitamos fuego.

 

Ya empieza el movimiento. Ya se hace el rugido verde: millones de orgasmos nos recorren, caemos en éxtasis: desorientación, vértigo. Se repiten los tiempos, se repetirán por muchos años más. Pasan granos de duración volando por el aire sobre nuestras antenas: el viento se granula en polvo de siglos, de minutos, de segundos, de milenios: los animales grandes guardan silencio: el horror.

 

Los granos de tiempo caen como semillas en primavera, como esporas: se van sedimentando. Bumba suspira. Ruge. Convulsiona: vómito seco: nada más queda por crear, todo ha sido creado ya. Todo ha sido vomitado ya.

 

Mañana volveremos a dormir.

Los nombres de las piedras

Digo: “toma esta piedra”. Esta piedra es cualquier piedra. No. Cualquier piedra es una mentira que inventamos para evadir la voz grave del magma, del granito, de la arenisca y la pizarra. Ninguna piedra es cualquier piedra. Ahora. “Toma esta piedra. Es la piedra que desea moverse, o soy yo quien desea moverla, no se sabe, de mis manos a las tuyas.” ¿Soy? ¿Piedra? ¿Voluntad?

 

¿Y cómo reconocer que aquello que nos mueve, que aquello que nos ama desde antes de ser, es precisamente lo mineral, que está ausente-del-ser? Es imposible: hay un hueco enorme en nuestro mundo. Lo inalcanzable, lo que no se abre: es precisamente ello lo que sopla vida animándonos. La cicatriz imborrable de ser amados-animados por aquello que nunca seremos, aquello que nuca será nosotros. Mundo. Muro. HiperHuec(). Obsidiana, déjanos cortarnos sin dolor. La piedra nos es desde la falta.

 

De noche diré, casi en secreto, casi en arrullo: “esta caliza de tonos verdosos y rosáceos (según la hora del día) desea dormir entre tus manos. Su rugosidad es extrañamente suave: es buena, pero no dócil. Su historia está escrita por siglos de sedimentación, sus murmullos llaman a cada capa por su nombre. Su río de presente es historia profunda. Quiso ser triturada, quiso emanciparse, quiso volverse a integrar, fue muro, contuvo. Dio, recibió. Tembló, cayó, llegó a mis manos. Quiere sentir (sentirse en) las tuyas.”

 

Aprenderé a distinguir cada piedra después del temblor. [¡Pero los nombres de la piedras son nombres humanos! No sabemos sus verdaderos nombres.] Te las daré para que juntos escuchemos sus historias, que son nuestra historia. [La historia nuestra, designada por piedras: nuestro ser-piedra oculto. Nuestro papel de bufones cósmicos, de cómicos que creen estar queriendo, pudiendo, haciendo, cuando en verdad somos hechos querer, somos hechos hacer. Por la piedra, por lo no-humano. De allí nos viene el poder. Y así los desatinos, y así los sobresaltos y así los derrumbes. Lo imprevisto. Ultramáfica, haz el relámpago en lo quieto.]

 

Lo imprevisto, el temblor, es la señal intermitente pero inequívoca de que nuestro papel aquí es el de cumplir con la voluntad de la tierra. Acatar. Ágata.

 

Arrullo final

 

[Tiembla por segunda vez, es de noche. Mi madre y mi abuela y yo corremos a la puerta de la casa: al marco de la puerta de la casa, según indica la superstición. Esperar allí debajo. Todas las cosas oscilan como luciérnagas embrujadas, nos ensordece un rugido grave. Extrañamente verde. ¿Dónde está mi padre? Piedra, ¿dónde está mi padre? ¡Habla!]

 

Ígnea, ilumina su camino.

 

 

Este texto fue escrito entre el S19 de 1985 y el S19 del 2017.