La migración es uno de los temas más calientes de la política mundial y se encuentra en boca de todo el mundo, es el nuevo “monstruo” de los gobiernos populistas de derecha, que se han extendido en el planeta. Desde el presidente Trump, pasando por el exprimer ministro de Italia, Salvini, o el presidente de Hungría, Viktor Orban, muchos de los líderes de la derecha han proclamado la “urgencia” de detener la ola de migración, que en los últimos años se han desatado; ya sea por conflictos civiles, como el que ha vivido Siria en desde el 2011, o por la pobreza y la violencia que prevalece en el llamado Triángulo de Centroamérica, que ha obligado a cientas de personas de Guatemala, Honduras y El Salvador a dejar todo para intentar llegar a los Estados Unidos, sorteando los peligros de un país que vive en una guerra sorda de baja intensidad, México. Los migrantes son señalados por todos esos dedos flamígeros como la razón de los problemas que afectan a un país.

Bolsonaro en Brasil, un país en el que solo 1% de la población es migrante, ha señalado que cerrará las fronteras para evitar la llegada de criminales. Así de absurdo es el discurso de odio.

Sin embargo, en muchos ciudadanos de estos y de otros países (como México) el discurso de criminalización y odio penetra, y consideran que sí, que esa gente que viene de afuera es la responsable de que no tengan empleo, de que las calles estén sucias, del aumento de la criminalidad. Los migrantes son responsables de que no haya servicios de salud adecuados, de que no haya espacios en la educación pública, de que no haya buen transporte público. Es decir, de todo aquello que los políticos de algún país no han sido capaces de otorgarle a la población la culpa es en realidad de los extranjeros, de los que no son como nosotros.

Pero existe un profundo desconocimiento sobre quiénes son los migrantes: ¿de dónde viene? ¿Por qué huyen de su país? ¿Qué los lleva a dejarlo todo, familia, hogar, tradiciones, para emprender un  viaje, sin dinero, sin condiciones adecuadas e intentar instalarse en otro país? La mayoría de la gente desconoce las realidades que expulsan a cientos de personas todos los años.

En ese sentido, el libro de crónicas Yo tuve un sueño, del escritor mexicano Juan Pablo Villalobos (Guadalajara, 1973), se inscribe en la búsqueda por entender y conocer mejor la historia de vida de los migrantes centroamericanos que han llegado a los Estados Unidos y que se han entregado en la frontera con México en busca de asilo.

Yo tuve un sueño de Juan Pablo Villalobos retoma el famoso discurso del reverendo Martin Luther King para contarnos cuáles son los sueños de los migrantes. Pero Villalobos se centra, tal como nos dice el subtítulo del libro, en “El viaje de los niños centroamericanos a Estados Unidos”. Entre los años de 2009 y 2012 empezaron a llegar cientos de niños migrantes a la frontera de Estados Unidos sin acompañamiento; esta crisis se agudizó en 2014 cuando cerca de 70 mil niños arribaron solos a la frontera de Estados Unidos. Pero entonces pedir asilo en el país del norte era más fácil, ya que los que procedimientos se apegaban a la normativa internacional. Y aunque no había garantías de ganar un caso, Donald Trump ha puesto tantas trabas que hoy conseguir la protección del gobierno de Estados Unidos se ha vuelto casi imposible

En 2016, gracias al apoyo de ONG y abogados migratorios, el escritor mexicano Juan Pablo Villalobos logró entrevistar a niños migrantes para un reportaje que terminaría convirtiéndose en un libro de crónicas, publicado por la editorial Anagrama en 2018. En este libro el novelista mexicano autor de las novelas  Fiesta en la madriguera (2010), Si viviéramos en un lugar normal (2012), Te vendo un perro (2015), y No voy a pedirle a nadie que me crea (2016).

El autor define en las primeras páginas a Yo tuve un sueño como “un libro de no ficción, que emplea técnicas narrativas de la ficción para proteger a los protagonistas.” Es decir, nos enfrentamos a un libro en el que el autor presenta historias reales contadas como crónicas o entrevistas que recrean el periplo de estos niños y adolescentes, quienes con edades que oscilan desde los 10 hasta los 16 años, abandonaron todo lo que tenían para superar los retos del largo camino hasta los Estados Unidos. Las condiciones de vida en sus entornos familiares y sociales no eran las más fáciles ni las más propensas para que estos chicos puedan desarrollarse de manera pacífica. El contexto político y social de los países centroamericanos está atravesado por las guerras civiles desarrolladas en las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado, que dejaron cientos de familias rotas, miles de personas desplazadas y una primera oleada de migración que se asentó en los Estados Unidos.

 

 

Las diez crónicas incluidas en Yo tuve sueño nos hablan de niños y adolescentes que intentan vivir una normalidad sofocada por la violencia: familias rotas por la migración y la violencia, pocas oportunidades reales de estudio y de trabajo. En la mayoría de las historias contadas por Villalobos la violencia irrumpe de manera inesperada en la vida de estos chicos: un niño que regresa a su casa después de ir a hacer la tarea a casa de un compañero que vive en otro barrio. Nada fuera de lo normal. Solo que su barrio es dominado por una clica de una pandilla, y el barrio de su amigo es dominado por un grupo contrario. Así de sencillo se puede torcer una vida. El niño es detenido por los vigilantes que lo han visto salir y lo ven regresar. Lo llevan frente al jefe de la clica, que lo conoce, pero para perdonarlo le pide que le guarde droga en su casa, porque la policía está allanando casas. Y así, de un día para otro, este chico ya está envuelto en actividades delincuenciales aunque no quiera hacerlo. La pandilla le pide que guarde armas ydrogas en la casa donde vive con su abuela, pues sus padres están de manera ilegal en Estados Unidos. Y las amenazas aumentan, suben de tono a pesar de que la abuela le pida al jefe de la pandilla que lo dejen en paz. El niño ya es parte de la logística criminal. Y para escapar de ella sus padres tendrán que pagarle a un coyote para que salga del país porque su vida corre peligro en su ciudad natal, en su barrio. O caía en manos de la policía e iba a la cárcel o caía en la pandilla y sería víctima de su venganza. Sus opciones eran mínimas.

Las crónicas de Villalobos además de contarnos las duras realidades en las que nacieron y crecieron estos niños y jóvenes, también nos narran los peligros que sortearon a lo largo del camino hasta la frontera con Estados Unidos. La historia de dos pequeños hermanos que llegan a una ciudad en el norte de México completamente solos, y que son recogidos por un señor en una camioneta, nos abraza con la intensidad del peligro. La historia nos es contada por la tierna voz de la hermana mayor, que en esos años tendría alrededor de nueve años. Ella se ha ocupado de cuidar a su hermano menor, más arisco, más desconfiado. Ella es la que pide ayuda, pregunta. Y un señor de bigote y sombrero los convence de subir a su camioneta para darles un aventón. Esta crónica tiene un toque sombrío, oscuro, porque mientras la niña nos va narrando cómo el hombre seguía manejando y salía de la ciudad en donde se encontraban, también el ambiente se volvía más solitario, y el señor que en un principio se había mostrado amable, poco a poco se volvía más hosco y peligroso. Esta crónica tiene un final que podríamos definir como amable. Pero es a partir del enrarecimiento del ambiente en donde recordamos los datos alarmantes y terribles de la gran cantidad de mujeres y niñas que son violadas durante el trayecto hacia el norte o que son secuestradas para trabajar en las redes de prostitución que pululan a lo largo del camino hacia la frontera.

El libro de Villalobos nos habla de una realidad lacerante, dolorosa, que no se solucionará fácil, pues los años de abandono y la profunda desigualdad obligan a muchas personas a abandonar su país. Y es ahí en donde los discursos de odio y los muros no lograran detener a estas personas desesperadas, para quienes la migración representan una última oportunidad para seguir con vida.

Yo tuve un sueño cierra con el epílogo del Alberto Arce, en el que nos da cuenta de la magnitud de la tragedia humanitaria que ha representado la migración centroamericana en los últimos años, agravada gracias a las políticas restrictivas llevadas a cabo por la administración encabezada por Donald Trump. Sin duda, lo más valioso de la labor de Villalobos es justamente darle voz y rostro a un grupo de niños migrantes que huyen de un infierno para encontrarse de frente con el llamado “sueño americano” convertido en una pesadilla burocrática-policial, en donde los malos tratos y las violaciones a los derechos humanos se han vuelto el común denominador. Por desgracia, si no logramos conocer a quienes migran y entender por qué lo hacen, el mundo seguirá sordo y ciego a este problema álgido que los políticos parecen empecinados en profundizar con sus discursos discriminatorios, que agudizan la polarización que avanza por el mundo.