La novela El derviche y la muerte fue publicada en 1966, y se la considera una de las obras cumbre de la literatura serbia. Un apabullante sentimiento de densidad asalta a sus lectores, pues la escritura de su autor, Mehmed Meša Selimović (1910-1982) está compuesta por un estilo autorreflexivo, centrado en sí mismo y con pocas concesiones a los detalles externos a la psique de su narrador, quien en algún momento se reprocha con estas palabras: “Un lector bienintencionado podría decirme: das muchas largas, elucubras demasiado. Le contestaré enseguida: Lo sé”.

  Nos sumergimos en el río de conciencia del derviche Ahmed Nurudin, quien habita un poblado en la periferia del Imperio otomano, a finales del siglo XIX:

Mi nombre es Ahmed Nurudin[i]. Me lo dieron y yo lo tomé con orgullo, pero ahora pienso en él con asombro y a veces con sorna, tras una serie de años que se me pegaron como la propia piel, porque la luz de la fe es una soberbia que yo ni siquiera había sentido y ahora me da, incluso, un poco de vergüenza. ¿Qué luz soy yo? ¿Qué es lo que me ilumina? ¿Conocimiento?, ¿un saber superior?, ¿un corazón puro?, ¿un camino correcto?, ¿el no dudar? Todo se pone en duda y ahora soy sólo Ahmed, ni sheij ni Nurudin. Todo se desprende de mí, como vestimenta, como coraza, y queda lo que hubo antes de todo, la piel desnuda y el hombre desnudo.

Por medio de estas “elucubraciones” se comienza a tejer un relato de claroscuros. Al inicio de la novela, el protagonista se entera del encarcelamiento de su hermano por razones desconocidas. Esto provoca que el derviche deje atrás la tranquilidad meditativa de su tekia para entrar en contacto con las figuras de autoridad política y judicial que gobiernan aquella casba sin nombre. Los detentores del poder, representados principalmente por el cadí y el muselim, habrán de crear una atmósfera de sospechas, de soplones e informantes, de una burocracia abúlica y una impenetrable oscuridad en torno a los procesos de justicia… un auténtico panorama kafkiano sobre el que pende la catástrofe en todo momento. Para poder liberar a su hermano, Nurudin deberá internarse en ese laberinto desdibujado; una suerte de estado policial teocrático que ha sido moldeado por una larga sucesión de figuras de autoridad corruptas:

En lo que respecta a la autoridad, ésta siempre es difícil, siempre nos obliga a hacer lo que no nos agrada. ¿Qué pasaría si desapareciera? Durante su vida han quitado, expulsado y matado a tantos cadíes, muselims y kajmekams que no sabría decir cuántos. ¿Acaso algo había cambiado con eso? No mucho. Pero la gente vuelve a creer que será diferente y desea un cambio. Sueñan con un buen gobierno, pero, ¿qué es eso?

 Estas autoridades, rencorosas y paranoides, son una extensión de la justicia imperial ejercida desde la lejana Constantinopla. Sus procederes se oponen al conocimiento coránico que Nurudin detenta, lo que crea una fisura en la cual el protagonista habrá de caer irremediablemente.

  A mi parecer, esta es la mayor veta que tiene el lector para traspasar la densidad de la novela de Selimović. Entre varias posibilidades, El derviche y la muerte puede ser leída como una disertación sobre la justicia en el complejo contexto histórico de la región de Los Balcanes. Bajo esta clave no solo atestiguamos la vida interior de un derviche que habita un poblado periférico en el Imperio otomano, sino también la de su autor viviendo en Yugoslavia durante el régimen de Josip Bros Tito.

  Biografía y obra se complementan. La novela hinca sus raíces en la conmoción del autor tras el encarcelamiento y ejecución de su hermano a manos de un grupo de partisanos durante la Segunda Guerra Mundial. La anécdota reverbera en las páginas de Selimović, y le dan cierto carácter aleccionador al dejar en claro que la carga del pasado cancela la posibilidad de una vida futura plena. Selimović pone en boca de Hasan, uno de los personajes más interesantes de la novela por su pragmatismo ético, la comparación de Bosnia –y de Los Balcanes, por extensión– con un hombre que durante una borrachera se ha automutilado las piernas hasta dejarse a sí mismo paralítico:

Fuerza sobre piernas mutiladas. Su propio verdugo. Abundancia sin rumbo ni sentido.

– ¿Qué somos, entonces, nosotros? ¿Unos locos? ¿Unos desdichados?

– La gente más complicada del mundo. La historia no le ha jugado a nadie una broma así como a nosotros. Hasta ayer fuimos lo que hoy queremos olvidar. Sin llegar a ser algo diferente. Nos quedamos a medio camino, pasmados. Ya no tenemos adonde ir. Fuimos arrancados de raíz sin ser aceptados por nadie.

A pesar del reconocimiento que adquirió El derviche y la muerte, esta no fue traducida al español ni publicada si no hasta 1988 por la editorial Montesinos. Sexto Piso dio a conocer recientemente la traducción de Dubravka Sužnjević, quien ha traducido obras de Ivo Andrić, Milorad Pavić y Goran Petrović para la misma casa editorial. Dicha traducción, que ocupó cerca de veinte años de trabajo de Sužnjević, resulta más que afortunada. Su estilo tortuoso exige la atención del lector, pero recompensa con creces el esfuerzo al ofrecerle un lenguaje de carácter poético que sabe oscilar entre la ternura y la crueldad.

 Al finalizar El derviche y la muerte quien lee habrá atestiguado la consumación de una perfecta venganza literaria. Nótese que aquel que, despistado por el título, busque perlas de sabiduría sufí, probablemente quede decepcionado. No obstante, quien guste de relatos graves que atestiguen la complejidad del alma humana, encontrará una obra potente que difícilmente olvidará.

 Sirva la publicación de El derviche y la muerte como una invitación para adentrarse en la literatura balcánica. Sea también una oportunidad para que los lectores hispanoamericanos deliñen el rostro de Meša Selimović y encuentren los vasos comunicantes que nos acercan a aquella región.

SELIMOVIĆ, MEŠA, El derviche y la muerte. México: Sexto Piso/UAS. 2019. Trad. Dubravka Sužnjević. Pp. 449


[i] Nombre masculino que significa “la luz de la fe del islam”.