En 2009 llegó a mis manos Barbarous Rituals: 84 Ways to Feminize Humans, texto anónimo que data de la década de 1960, redactado durante el movimiento de liberación femenina en los Estados Unidos. 

Si bien algunos de estos rituales se han modificado o han adquirido matices que los dotan de una falsa sutileza, la mayoría de las mujeres alrededor del mundo reconocerá algo de sus vivencias en más de uno. 

Rituales bárbaros: ochenta y cuatro maneras de feminizar a las mujeres

Ser mujer es:

1. patear con fuerza el vientre de tu madre mientras le dicen “Ha de ser niño, ¡se mueve mucho!”

2. quedar etiquetada con un brazalete rosa de cuentitas treinta segundos después de haber nacido, y verte envuelta en mantas rosas cinco minutos después.

3. estar confinada al rincón de las muñecas en la guardería cuando lo que te fascina son los juegos de herramientas.

4. querer ponerte un overol en lugar de un “vestidito”.

5. aprender a detestar las palabras “delicada” y “linda”.

6. ser etiquetada como marimacha cuando lo único que querías era trepar a un árbol para contemplar el horizonte.

7. aprender a sentarte con las piernas cruzadas cuando tus pies todavía ni llegan al piso.

8. odiar a los niños porque pueden hacer las cosas que tú quieres hacer y tienes prohibidas… y que te digan que odiar a los niños es una etapa y que ya se te pasará.

9. enterarte de que cuando haces algo es “una travesura”, pero si lo hace tu hermano es “un signo de valentía”.

10. preguntarte por qué tu papá se enoja de vez en cuando y, en cambio, tu mamá se la pasa suspirando.

11. ver cómo los adultos sueltan risitas cuando te oyen decir que cuando seas grande quieres ser ingeniera o médica, y aprender a decir, mejor, que quieres ser mamá o enfermera.

12. querer afeitarte las piernas a los 12 años y sufrir en agonía porque tu mami no te deja.

13. sufrir en agonía a los 14 porque ¡por fin! te afeitaste las piernas y la piel te arde.

14. que nadie te hable de la menstruación y creer que estás desangrándote cuando llega tu primer periodo, o

15. enterarte de todo respecto a la menstruación por los chicos de la escuela que hablan con risitas ahogadas y dejan bien claro que todo el asunto es asqueroso, o

16. recibir toda la información de tu mamá, quien cuidadosamente repite que no es nada asqueroso al tiempo que habla entre susurros y se refiere a la menstruación como “la maldición”, “estar enferma” o “el castigo de las mujeres”.

17. sentirte orgullosa y asqueada por tu propio cuerpo por primera (pero no última) vez.

18. morirte de vergüenza porque tu mamá te obliga a usar “corpiño” ahora que “te está creciendo el pecho”… pero no te ha crecido nada, o

19. morirte de vergüenza porque tu mamá no te deja usar brassiere y tus senos son más grandes que los de otras chicas de tu edad y se balancean cuando corres, así que te la pasas sentada con los brazos cruzados y apretados contra tu pecho.

20. sentirte básicamente cómoda con tu cuerpo, pero aprender poco a poco a odiarlo porque eres demasiado alta o baja, gorda o flaca, por el ancho de tus muslos o tus muñecas, por el tamaño de tus orejas o lo greñudo de tu pelo, por lo corto de tu cuello o lo largo de tus brazos, porque juras que eres patizamba o que tienes los dedos de los pies como garras… cualquier cosa que tal vez signifique que no le vas a gustar a los chicos.

21. querer suicidarte por el acné, la caspa o la tendencia natural a sudar… y descubrir que los comerciales de productos milagrosos son puras mentiras.

22. tenerle pavor al verano porque los demás verán (y juzgarán) más de tu cuerpo y sus imperfecciones.

23. sacarte las cejas con pinzas, blanquearte el vello, afeitarte las axilas, hacer dieta, investigar sobre desodorantes vaginales, comerte las uñas y odiar hacerlo y limar lo que queda de ellas para quedarte con los dedos en carne viva.

24. disfrutar la clase de matemáticas o historia y escuchar indirectas sobre cómo los chicos pierden interés ante las chicas inteligentes.

25. escuchar indirectas sobre cómo las otras chicas tampoco se interesan en las chicas inteligentes.

26. al final perder el interés en las chicas inteligentes, descuidar inconscientemente tus estudios, bajar tus calificaciones y caerle bien ¡por fin! al resto de tus compañeros.

27. estar chiflada por una compañera o maestra, y darte cuenta de que es algo horrible de lo que no se puede hablar con nadie.

28. ir a tu primer baile y soñar con eso días antes… y odiarlo después: no bailaste bien, se te cayó la bebida, nadie te sacó a bailar (o fuiste muy popular, pero lo pasaste fatal porque nadie sacó a bailar a tu mejor amiga), no dijiste nada inteligente.

29. estar absolutamente convencida de que eres una zoquete, una gansa, un bodrio, un fastidio, una fracasada y una torpe sin remedio.

30. descubrir que parece que todo lo que vale la pena hacer en la vida “no es femenino”; aprender a regocijarte en ser femenina y “linda”… y sentirte un poquito culpable.

31. masturbarte como loca y vivir aterrada por la posibilidad de perder la cabeza, quedarte estéril, volverte puta o acabar con tu propia virginidad.

32. obtener más información como puedas y después preocuparte porque te masturbas estimulando el clítoris… y resulta que “así no es”.

33. caminar feliz calle abajo y sonreírle a la gente para, en respuesta, ser acosada como si fueras un trozo de carne.

34. tener tu primera conversación realmente humana con tu madre y enterarte de todas sus esperanzas vanas y ambiciones perdidas, y de que según ella es imposible escapar porque así son las cosas: vida, sexo, el sentido del yo, etcétera… y amarla y odiarla por haberse dejado arrastrar de esa manera.

35. tener tu primera conversación realmente humana con tu padre y enterarte de todas sus esperanzas vanas y ambiciones perdidas, y de que según él las mujeres lo tienen mucho más fácil y de “lo que un hombre busca en una mujer”… y amarlo y odiarlo por haberse dejado arrastrar de esa manera… y por haber arrastrado a tu madre en el camino.

36. darle vueltas al tema de “hasta dónde” llegar con ese hombre que tanto te gusta. ¿Y si te pierde el respeto? ¿Te costará (no, por dios) ganarte “mala fama”? Y, si no, ¿serás una mojigata? Encabronarte porque no puedes simplemente hacer lo que te apetece.

37. temer, en secreto, a la posibilidad de perder tu virginidad por usar un tampón, pero sentir demasiada vergüenza para preguntar al respecto.

38. dar vueltas en la cama sin poder dormir preguntándote si de verdad es posible quedar embarazada por el esperma capaz de nadar y atravesar tus calzones.

39. tener una pelea horrible con ese novio que no deja de gritarte lo frustrado que se siente por “no hacerlo”… y nunca se le ocurre que tú también te mueres de ganas, pero a lo mejor no te atreves a reconocerlo.

40. por fin acostarte con él y sentir que la entrepierna, las nalgas y los muslos te duelen y estás toda mojada y a lo mejor sangraste y para nada fue como en una película de Hollywood pero, dios, al menos ya no eres virgen pero, ¿de qué rayos se trata todo el asunto? Y mientras tanto él pregunta y pregunta “¿Te viniste?”

41. descubrir que necesitas un aborto y enterarte, de verdad y por vez primera, de lo que tu compañero, tus padres y tu sociedad piensan de ti. No es raro que enterarte de todo eso te cueste la vida.

42. descubrir que la profesión que elegiste exige más que estudio o esfuerzo: exige el precio emocional de que te hagan sentir “menos mujer”.

43. descubrir que casi todos los empleos a los que puedes aspirar ofrecen un sueldo más bajo a cambio de un trabajo más arduo que si fueras hombre.

44. padecer que los hombres de la oficina te fastidien porque si no coqueteas suponen que eres una mojigata virginal y que eres una fácil si eres medianamente relajada y agradable.

45. aprender a mostrar mucho tacto si tienes hombres como subordinados. Lo más probable es que tengas que aprender que siempre serás la subordinada de algún hombre.

46. llegar a ser ejecutiva, por el amor de dios, y que después alguien te pida ordenar los bocadillos para una fiesta en la oficina.

47. darte cuenta de lo difícil que es conseguir la información “superaccesible” sobre anticonceptivos.

48. perseguir un diafragma resbaladizo alrededor del baño como si se tratara de un Frisbee la primera vez que tratas de colocártelo sola, o

49. subir de peso o tener hemorragias o sentirte fatal por tomar la píldora, o alucinar con las historias de terror que se cuentan sobre ella, o:

50. embarcarte en un viaje en Volkswagen para atravesar el país y sentir cómo de pronto el dispositivo intrauterino se desplaza y te desgarra por dentro.

51. preguntarte por qué podemos tener transmisiones en vivo y a todo color de la superficie lunar, pero todavía no tenemos un método anticonceptivo realmente sencillo, humano y seguro.

52. seguir el ritual de las despedidas de soltera, las compras para la boda, los dilemas financieros, la lista de invitados, los permisos religiosos… cuando tu verdadero deseo se limita a irte a vivir con ese hombre.

53. discutir con tu prometido para definir si las palabras “y obedecer” habrán de pronunciarse en la ceremonia nupcial.

54. saber que hablan pestes de ti a tus espaldas porque en la ceremonia se dijo “esposo y esposa” y no “marido y mujer”. Molestarte por tener que cambiar tu apellido (bueno, el apellido de tu padre).

55. haberte levantado a las 6 de la mañana el día de tu boda para ver a familiares y amistades que ni siquiera te caen bien y acabar exhausta después de estar inmóvil para no arrugar tu vestido, después de la ceremonia y la fiesta y el viaje… y encontrarte a solas con este extraño que quiere “hacer el amor” mientras tú ni siquiera estás segura de si él te gusta y aun cuando te gustara muchísimo lo único que quieres es dormir catorce horas, o

56. no casarte, vivir juntos en nombre del “amor libre” y darte cuenta de que tu relación es igual a cualquier matrimonio… y que tú eres la única que paga los costos de la “libertad”.

57. meterte de lleno en el papel tradicional, cocinar platillos especiales, hacer la limpieza, etcétera… y saber que nunca serás tan buena como la “mujer ideal” de las revistas, o

58. “escaparse” juntos a una comuna “de onda”… y acabar cocinando arroz integral en lugar del que siempre hacías en casa.

59. tener cólico menstrual cada mes con toda regularidad, cólico y/o jaquecas y/o náusea… malestares que dejarían a un hombre “normal” fuera del juego por dos semanas, pero tú sigues adelante con tu trabajo dentro y fuera de casa para no causar molestias a otros.

60. descubrir que tu compañero te aburre en la cama.

61. fingir un orgasmo por primera vez: indignación, frustración… y alivio (porque él ni siquiera nota la diferencia).

62. sentirte culpable por no tener un orgasmo: ¿cuál es tu problema?

63. descubrir que aburres a tu compañero en la cama. Sentirte desesperada, ¿en qué fallaste?

64. querer saber con ansias qué cosas especiales desea él de ti en la cama y tener miedo de decirle lo que deseas que él haga, o darle pistas que rápidamente deja en el olvido.

65. desear ser el poder detrás del trono y descubrir que, después de todo, él no es un gran hombre o no necesita de tu apoyo.

66. sentir celos y odiarte por mostrarlos.

67. odiar ciertos libros que podrían haberte encantado… y todo porque él los leyó primero y ya te contó todo. Sentir que te robó algo (también pasa con las películas).

68. desear volver a estudiar, leer, tener alguna actividad, hacer algo. ¿Por qué no te basta con la casa? ¿Cuál es tu problema?

69. volver a casa después del trabajo y empezar a trabajar de nuevo: sacar y guardar lo que compraste en el súper, preparar la cena, lavar los platos, poner la lavadora, etc., etc.

70. sentir la necesidad de decir “gracias” cuando tu compañero se prepara algo de comer porque te estás muriendo de gripe.

71. embarazarte y tener que oír a todo el mundo decir las consabidas pavadas sobre la relación madre-Tierra mientras tu aterrado rostro dibuja una sonrisa impostada.

72. advertir que los hombres en la calle, en el taxi y el autobús ya no te comen con los ojos (como mínimo); ahora te ven como Portadora de la Especie Humana.

73. saber que debe haber alguna forma interior de disfrutar este proceso y que tal vez las mujeres de alguna tribu “primitiva” lo hagan, pero sentirte como una elefanta, adolorida, asqueada… y quejumbrosa porque tienes la obligación de mostrarte alegre.

74. desear que tu compañero esté a tu lado durante el parto o desear un parto natural y enterarte de que él no quiere acompañarte o el médico o el hospital no te apoyan… y te las tendrás que arreglar sola, o

75. tal vez tengas suerte y tu compañero no sienta miedo ni asco, y el médico está de acuerdo y comparten la experiencia y ésta incluso te parece hermosa… y puedes oír a otra mujer gritar, completamente sola, mientras pare en el quirófano vecino.

76. sentirte responsable por otras vidas (las de tus hijos y tu pareja), pero nunca, jamás, por tu propia vida.

77. aprender a odiar a otras mujeres que son más jóvenes, más libres, solteras, sin hijos, con empleo, estudiantes, con trayectoria profesional… cualquier cosa. Odiarte por odiarlas.

78. esforzarte por no repetir el patrón y descubrirte de pronto diciéndole a tu hija que “así no se comporta una dama” o a tu hijo que “no actúe como un mariquita”.

79. enterarte de que tu compañero “anda portándose mal” y desear que te importara, pero ni siquiera sentir eso.

80. ser viuda o divorciada e intentar conseguir un “buen” trabajo… a tu edad.

81. decir que no entiendes la “rebeldía” de tus hijos, pero comprenderla desde las entrañas y no poder evitar cierta amargura porque crees que ya se te pasó el tren.

82. desear todavía tener sexo, pero sentirte ligeramente ridícula frente a tu compañero de vida, ya no digamos otros hombres.

83. padecer la condescendencia y las sonrisitas de suficiencia de tus propios hijos durante el atroz ritual de volver a tener citas tras la viudez.

84. envejecer, ir quedándote sola, prepararte para morir… y saber que, después de todo, las cosas podrían haber sido distintas.