“La actual crisis puertorriqueña no es un desastre estrictamente ‘natural’. Más bien, es un síntoma de su subordinación política y económica. Un territorio no incorporado, la isla es una posesión que ‘pertenece a, pero no es parte de’, los Estados Unidos”. -Frances Negrón-Muntaner

 

Quien ha bailado cualquier ritmo o baile de salón con una pareja o en grupos de amigxs, por ejemplo, sabe que el baile es un asunto de confianza. Es una cosa de diversión, de goce, sí, pero también de comodidad. Es difícil bailar si el cuerpo está en tensión. En las primeras lecciones de baile (de cualquiera) siempre te dirán: “déjate llevar”. Pero fluir no sucede, se construye. Bailar con otrx es un acto de cuidado mutuo. Y como el cuidado es político, las comunidades temporalmente gozosas que construye el baile son políticas. La confianza es política, social, colectiva.

 

La confianza del baile se da en dos sentidos: en el cuerpo propio y en el ajeno. Confianza en un acuerdo no escrito de ciertos límites que no se pasan. El consentimiento, por ejemplo: bailar es bailar, y no importa cuán abandonada pueda estar en el ritmo o en los brazos de una pareja de baile, mi cuerpo y su dominio siguen siendo míos. Si hay un baile que lleva esta confianza y este acuerdo a su más radical expresión es el perreo del reggaetón. Al ritmo del dembow, heredero del dancehall jamaicano, en Panamá y Puerto Rico tradujeron un compás y lo adaptaron a la musicalidad propia de sus territorios, inventaron una danza ritual urbana que expresa brutalmente la capacidad de soltura del cuerpo: la pelvis se bascula adelante-atrás y se frotan los cuerpos, se avientan, se refriegan, bien hasta abajo, bien desde abajo. Sobre la construcción masculina y patriarcal de esta cultura musical hay tesis escritas, como las hay sobre su función social, sobre la movilidad económica que el reggaetón les ha permitido a artistas puertorriqueñxs, a quienes la ahora poderosa industria del perreo les ha redituado. Y hasta sobre su labor “reintregadora” de exponentes que estuvieron en reclusión.

 

 

De su cruda marginalidad en los años noventa a su actual inclusión en las dinámicas de la industria musical pop masiva llamada comercial, el reggaetón ha sabido mover los márgenes de lo visible, y ha logrado colocar su exclusión en el centro al cambiar las condiciones del intercambio económico y cultural, pero sin cambiar los contenidos de fondo. Quien quiera gozar de las mieles del reggaetón deberá negociar con su capacidad de bajar, y deberá pasar la prueba de la escucha de “lxs nativxs” del reggaetón, que lo vienen oyendo desde hace décadas en el underground, aquí se negocia con los márgenes. Así lo ve Ana Rosa Thillet, en “La representación de la marginalidad por parte de la industria del reggaetón en Puerto Rico” (Flacso, Cuba, 2006):

 

“Ciertamente, la industria reguetonera formula un planteamiento político, al constituirse en la representación de grupos y territorios que, de otra manera, pudieran permanecer excluidos de los aparatos mediáticos. […] Entonces, si bien de acuerdo a las teorías sobre la marginalidad reseñadas, la industria del reggaetón es la voz/crónica de grupos subterráneos y refleja enclaves urbanos desaventajados –de los que estos exponentes pudieran o no provenir– hay que tomar  en cuenta las motivaciones  lúdicas, económicas y repeticiones  que se dan en el proceso. No se trata de que ahora el reggaetón se ha comercializado. Aunque ha sido higienizado con motivo de su integración  a los aparatos comerciales y masivos, la diferencia en contenido a cuando era llamado ‘underground’ no era en los temas propiamente, sino en su crudeza, uso de palabras soeces y menos sofisticación lírica y sonora. Pero temáticamente, no hay un gran trecho entre los temas actuales y aquellos grabados a principios de los 90 por exponentes como Baby Rasta & Gringo…”.

El paso del underground urbano/tropical al pop de cuño comercial masivo es, sin embargo, predecible, casi esperable, como explica unx de lxs que más saben de reggaetón, Wayne Marshall:

“To be so explicit about gentrifying a genre might seem bold, but this is a longstanding pattern in the history of popular music. A litany of working-class dance music associated with public acts of bodily pleasure — and accordingly racialized as threats to the social order — has been subjected to this process, edges polished soft for mass consumption by the middle class: reggae, salsa, merengue, bachata, cumbia — and, of course, rock and jazz”. (Everything You Ever Wanted to Know About ‘Despacito’, 22 de agosto de 2017).

Irma & María

Y lxs artistas y el dinero del reggaetón (no voy entrar aquí en la disputa entre el reggaetón old school y el “nuevo reggaetón”) se mueven hoy por la reconstrucción de Puerto Rico tras el paso de los huracanes Irma y María el pasado septiembre de 2017. Diría que este proceso sería impensable sin lxs artistas del reggaetón. Su presencia es tan innegable, que los referentes obligan[I]: Don Omar anunció la suspensión de su gira de despedida para no salir de la isla, donde colabora en la distribución masiva de ayuda a damnificadxs. Lo mismo hace el cantante Ozuna, sumándose a labores de reconstrucción, y Daddy Yankee, quizá el más importante representante del crossover del reggaetón, hace lo propio. Arcángel, referente nacido en Nueva York, anunció el donativo de una fuerte suma de dinero. Luis Fonsi, el más reciente visitante de las tierras reguetoneras, visitó el barrio de La Perla, mundialmente famoso desde la publicación del video de su canción insignia: “Despacito”. El odiado y amado a partes iguales Pitbull prestó su avión personal para transportar personas con cáncer. La cantante afroamericana Beyonce lanzó junto al colombiano J. Balvin una versión de “Mi gente” para recaudar fondos para lxs damnificadxs, que a estas alturas, por los daños estructurales, en Puerto Rico son prácticamente todxs sus habitantes, además de los del norte de República Dominicana.

 

 

Quien se interesa genuinamente en culturas musicales sabe que Puerto Rico es más que el reggaetón, pero quien necesita desmarcarse de su fuerza convocante quizá no comprenda (o no quiere comprender) su importancia. Un artista como Tego Calderón puede salir del heavy metal al reggaetón sin inmutarse, incluyendo en sus bases poderosas percusiones afrocaribeñas autóctonas, al tiempo que explota como pocos artistas en español de cualquier género los recursos retóricos y léxicos del habla coloquial y regional. Sin olvidar que Tego llevó al reggaetón puertorriqueño el black power pride y es también un ejecutante crítico de esta cultura musical. Hoy el reggaetón es lingua franca en el Caribe y lejos de él.

 

Es ahora cuando el reggaetón prueba su potencia y convoca como sabe: bailando, en el momento más álgido para las islas del Caribe, su casa. El perreo tiene una herramienta que comparte con las otras culturas con las que puede mezclarse, como la salsa o el merengue: el cuerpo, el goce, la reunión, la fiesta, la soltura, la confianza y los acuerdos activos. Lxs reggaetonerxs saben de construir de abajo hacia arriba, consistentemente, a viento y marea, y pese a lo que la mala prensa muestra, con confianza; pues el reggaetón se ha construido a partir de la relación de sus músicxs con “su gente”, una relación que se basa en compartir un mismo origen, códigos, una ética callejera y similares preocupaciones aun cuando no todas sus estrellas vivan dentro de la isla. La emergencia por el paso de los huracanes tendría que dejarlo al descubierto y ponerla a prueba.

 

 

Más allá del reggaetón de consumo masivo, los días por venir dejarán ver cómo operan las relaciones sociales del reggeatón de pie de calle, abajo y a los costados en la reconstrucción de Puerto Rico y las islas caribeñas. La posibilidad que se abre es enorme: esta cultura musical mostrará, o no, su cara de tejedora de atajos sociales, así como su expertise en la transformación de la circulación de capital e intercambio económico y cultural, tanto como su particular inteligencia para moverse dentro de territorios urbanos atravesados por precariedad, pobreza y conflicto. Por ahora ha dejado en claro su huella: Puerto Rico es impensable sin el reggaetón, y viceversa.

 

En prueba de fuego / en la calle me suelo crecer / de niño en el barrio se aprende a no retroceder

‒Daddy Yankee

 

 

 

[I]Enlisto a lxs artistas de quienes encontré nota de prensa en la web.