Sería fácil y rápido comenzar por decir que la palabra feminazi es un disparate y zanjar aquí la cuestión. Pero voy a escarbar para desarmar este objeto arrojadizo de la neolengua.

Como “Apéndice” a su novela 1984, George Orwell incluyó un apartado llamado “Los principios de la neolengua”; allí se habla de un idioma alternativo creado por los militantes del partido totalitario Ingsoc para homogeneizar el inglés y de este modo: “evitar un pensamiento divergente de los principios del Ingsoc”, es decir, reducir al mínimo los campos semánticos de las palabras y transformarlos lo suficiente como para que su red de significaciones sea la que el Partido quiera y resulte imposible pensar por fuera de este lenguaje reducido. El neologismo feminazi es para mí una realización de esta distopía que Orwell imaginó.

Como mayormente se sabe, esta palabra se ha convertido en el insulto preferido de quienes buscan descalificar argumentos feministas y, sobre todo, descalificar a las mujeres que expresan alguna opinión que sus interlocutores asumen como feminista (lo sean o no), o a las feministas que perciben como “más agresivas”, en especial a aquellas de quienes se cree quieren la extinción del sexo masculino. Gracias a Google Trends, además, ahora puedo decir que las búsquedas de este término son más recurrentes, y aumentan, en América Latina.

Pero no siempre fue así. El neologismo feminazi puede rastrearse hasta 1992, cuando el comunicador conservador estadounidense Rush Limbaugh lo acuñó en su libro The Way Things Ought to Be. A decir de Limbaugh, una feminazi “es una mujer cuya máxima preocupación en el mundo es ver que se practique el mayor número de abortos posible”, además de molestarse cuando “una mujer embarazada habla sobre dar a luz”.[i] Esta obsesión autoritaria por el aborto que Limbaugh ve en el feminismo que reivindica el derecho de las mujeres a la interrupción del embarazo es comparable, a decir suyo, con el Holocausto.

Con el paso de los años el uso de la palabra feminazi, sin embargo, amplió su espectro semántico y vino a significar algo cercano a la feminista que busca exterminar varones tal como el Tercer Reich exterminó judíos, gitanos y otras identidades políticas o étnicas, o incluso implica un utópico imperio “femenino”. Este giro ha ocurrido en el uso de la lengua sin que los términos que se fusionan en esta palabra hayan sido revisados. Es decir, los campos feminismo(ta)nazismo formaron un neologismo que los hermana conceptualmente hasta hacerlos perder su especificidad y sus diferencias.

De alguna manera, para quienes enuncian este neologismo el imaginario colectivo sobre el nazismo, entendido como un régimen exterminador, resulta análogo a las reivindicaciones que ha hecho el feminismo; de lo que podríamos deducir que el feminismo sería un régimen exterminador. La “neolengua” borra dos universos semánticos y reinstala sus pertinencias históricas y políticas en un concepto distorsionado. ¿Son estos conceptos, feminismo-nazismo, equiparables? En este punto me pregunté, en realidad, primero por la parte nazi del neologismo.

Rush Limbaugh

De regreso a Limbaugh, según él, las feministas que promueven la despenalización del aborto se equiparan al nazismo porque esa fantasía suya de abortos por doquier es similar al genocidio perpetrado contra judíos, gitanos, comunistas, disidencias sexuales y políticas. Y aquí se hace indispensable desentrañar la operación de la neolengua ante el peligro de que feminista signifique “nazi” y nazi no signifique más que una expresión del feminismo (cuando no el feminismo completo), un arrebato “intransigente”, y el nacionalsocialismo deje de remitir a un régimen totalitario de cuño patriarcal, volveré a esto.

Cuando Limbaugh compara el derecho al aborto con el Holocausto hace un despliegue de ignorancia sobre lo que el derecho a la maternidad elegida supone, y sobre todo ―si es que éste es su punto de comparación― de cuáles fueron las políticas del régimen del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán desde 1933 hasta 1945. Entre todos los programas que instituyeron, destacó el de aumento de la natalidad de las mujeres consideradas “arias”. No sólo no se trató de una campaña de abortos a discreción, sino de todo lo contrario; fue algo mucho más complejo tanto como dramático, e incluyó la prohibición del aborto para ciertas mujeres, así como incentivar la procreación de más de cuatro hijos por familia, y el aborto o la esterilización forzada para otras. Algo que el feminismo, sobre todo en su tercera ola, no sólo no ha reivindicado, sino que ha combatido.

Para caminar con lucidez por esta maraña tuve que hacerme una pregunta mayor: ¿en qué piensan las personas cuando dicen feminazi?, quiero decir, ¿qué del nazismo encuentran replicado en el feminismo? Si en mayoría se trata del miedo de que las feministas “exterminen” varones u obliguen a las mujeres a abortar, entonces, me queda claro que al decir esta palabra piensan en los varones del nazismo. El símil empieza a mostrarse algo más que forzado. No deja de ser interesante que quienes enuncian esta palabra reconocen en el nazismo un régimen opresor, pero no logran ver su origen y su praxis patriarcal.

Las mujeres en el nacionalsocialismo

Pensemos ahora en la posibilidad (tentadora, por lo demás) de encontrar mujeres que se asuman feministas y al mismo tiempo adherentes a corrientes neonazis. Bueno, alguien ya lo hizo; la reportera Lindsay Schrupp se infiltró en foros de supremacía blanca y neonazismo y se encontró con una discusión no tan amable ni tan clara sobre la posibilidad de ver a feministas en estos grupos, y aunque las haya, el tema sigue siendo peliagudo.

Entonces, quedó una pregunta fundamental titilando: ¿qué hacían, qué dejaron de hacer las mujeres del nacionalsocialismo? Porque si pudiéramos hablar de una “verdadera feminazi”, ésa sería la histórica mujer adherente al nacionalsocialismo.

Antes de seguir debo hacer una aclaración que he encontrado de manera recurrente en diversos estudios y artículos sobre las mujeres en el Tercer Reich y en análisis del componente patriarcal del nazismo: por más relaciones asimétricas de poder, prácticas de inequidad, violencia machista y de una invisibilización de las mujeres alemanas adherentes (voluntariamente o no) al nacionalsocialismo, de ningún modo matiza, justifica o modifica la responsabilidad del nazismo en su conjunto sobre el genocidio cometido contra población judía, gitana, homosexuales, discapacitados, enfermos mentales, etcétera; ni iguala los crímenes cometidos contra las mujeres racializadas o medicalizadas (por trastornos mentales) en particular: como la esterilización forzada, el aborto obligatorio, la prohibición para contraer matrimonio, etcétera.

Para decirlo rápido, las mujeres del nacionalsocialismo no fueron feministas. Con lo que la parte femi- del neologismo en cuestión se anula como pertinente. Ahora voy a contar por qué. Lo primero que habría que decir es que los grupos de mujeres que pudieran considerarse feministas se desintegraron en 1933 o antes. Para cuando Hitler había sido nombrado canciller, las mujeres alemanas consideradas “arias” se aglutinaron en la Nationalsozialistische Frauenschaft (Organización de Mujeres Nacionalsocialistas), organización que terminó liderada por la maestra Gertrud Scholtz-Klink y constituyó el brazo “femenino” del partido nazi, cuyas directrices referentes a las mujeres fueron muy específicas e implicaron, en primera instancia, una participación marginal en los asuntos políticos del Reich y, quizá más importante, la imposibilidad de que disputaran poder político alguno.

Tal como Carolin Bendel repasa en su artículo “Die deutsche Frau und ihre Rolle im Nationalsozialismus” (“Las mujeres alemanas y su rol en el nacionalsocialismo”), desde 1933, el Reich estableció un programa asistencialista llamado “Préstamo matrimonial” (Ehestandsdarlehen, en alemán), que se conjugaba con el programa de reducción del desempleo, y consistía en que las mujeres recién casadas que cumplieran con los requisitos de “heredabilidad genética” dejaran de trabajar al momento de contraer nupcias. La finalidad de este programa era, por un lado, dar esos lugares de trabajo a los varones desempleados, y, por otro, disponer de las mujeres para una función que el Reich consideró indispensable y a la que dirigió buena parte de su propaganda: ser madres de perfectos niños arios con quienes el ejército imperial pudiera contar en el futuro.

Este programa de control de la salud sexual y reproductiva de las familias alemanas formó parte de un plan de ingeniería eugenésica tan amplio que incluía la prohibición a las mujeres “hereditables genéticamente” de abortar so pena de castigos (que incluían prisión y hasta pena de muerte) tanto para ellas como para aquellas que destinaran fondos o ayuda para abortos.[ii] Los impuestos para matrimonios sin hijos se elevaron y se destinaron diversos fondos asistenciales para incentivar a las familias con mayor cantidad de hijos. Carolin Bendel nos informa también que se promovió entre los varones la facilidad de divorciarse de mujeres que no quisieran tener hijos. Para sorpresa de Rush Limbaugh, el régimen nazi propició en su población privilegiada todo lo contrario a una campaña de abortos en masa, y, en cambio, lo castigó severamente.

No es difícil notar que el Tercer Reich se comportó con las mujeres alemanas exactamente como lo hace cualquier sociedad conservadora patriarcal: ejerció un control rígido y violatorio de derechos sobre los cuerpos de las mujeres y convirtió a la maternidad en el quid de su existencia. Pero también lo hizo con las mujeres judías, gitanas, discapacitadas y con trastornos mentales, sólo que del lado opuesto, pues a este grupo de población se le prohibió procrear, se obligó a mujeres a abortar y se practicaron esterilizaciones forzadas. El plan genocida y de higiene social del régimen nazi echó mano de la coerción de los cuerpos de las mujeres, cuya capacidad reproductiva manipuló a grados literalmente criminales: obligó a parir y obligó a abortar. El feminismo, por su parte, esgrime el derecho a decidir de las mujeres sobre sus propios cuerpos para recuperar para las propias mujeres el control de su vida sexual y reproductiva. Y en definitiva, se ha posicionado en contra de forzar a las mujeres a casarse, por ejemplo.

Ahora bien, las mujeres adherentes a la Organización de Mujeres Nacionalsocialistas, como ha investigado Claudia Koonz en Mothers in the Fatherland. Women, the Family and Nazi Politics, se avinieron en un principio de buena gana a las políticas nazis relativas a las mujeres. No sólo adoptaron la función maternal y pedagógica de los valores del nazismo, hay que decirlo, en mayoría velaron por el cumplimiento de las crueles leyes antisemitas y la “limpieza de sangre”. A decir de Koonz, incluso rechazaron la idea de “emancipación”; se esforzaron por construir un mundo femenino lejos de los roles masculinos, a quienes estaba dado conducir el destino de la nación.

El Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán en el poder fue casi de manera exclusiva espacio de varones. Las Juventudes Hitlerianas separaron a varones de mujeres, y a las chicas las obligaron a cumplir con el Pflichtjahr o “año obligatorio”, durante el cual debían trabajar sin remuneración en labores de agricultura o limpieza; de este modo el Reich aprovechaba la capacidad laboral de las mujeres mientras las preparaba para su futura vida de esposas y madres abnegadas. Aunque Gertrud Scholtz-Klink dirigía una oficina del gabinete, no fue nombrada ministra. Su labor fue dirigir las riendas ideológicas del nazismo dentro de la vida íntima de las mujeres alemanas (dicho sea de paso, consistente en despojarlas de una vida íntima y convertirlas en cuerpos gestantes y productoras de una subjetividad afectiva alineada al servicio del imperio), y se enfrentó a Hitler ―según le contó en entrevista a Claudia Koonz en los ochenta― cuando éste intentó instruir a las mujeres a enrolarse en las filas del ejército y cuando se supo que las SS (Schutzstaffel, la guardia paramilitar que se convirtió en el cuerpo de seguridad y brazo armado más cercano a la plana mayor del nazismo) dieron la instrucción a sus soldados de procrear hijos con mujeres escandinavas, fuera del matrimonio.

La maternidad, las labores del hogar y el matrimonio, así como el cuidado de la limpieza de sangre y la actividad caritativa con familias nacionalsocialistas fueron los ejes en torno a los cuales las mujeres “nazis” construyeron su vida entre 1933 y 1945; esto las acerca mucho más a los valores que mujeres de extrema derecha suelen defender. En cualquier caso, al no posicionarse sobre ninguno de los principios básicos del feminismo, y en realidad, al desmarcarse de este movimiento, no podemos llamarlas feministas. Fueron simplemente nazis. Scholtz-Klink en esa entrevista que Claudia Koonz recoge en Mothers in the Fatherland, dice que sus actividades dentro de la burocracia “femenil” del Reich “no tienen nada que ver con el feminismo”[iii] y estoy de acuerdo con ella.

La participación de las mujeres en la vida activa del Tercer Reich es, por supuesto, mucho más compleja que este repaso que hago; de lo que no cabe duda es de que, a diferencia de lo que Rush Limbaugh supone, puso en el centro de la vida social y política de las mujeres su deber de ser madres. La propia Gertrud Scholtz-Klink lo dijo en un discurso de 1936 ampliamente citado, “To Be German is To Be Strong”, que la misión más alta de las mujeres alemanas es ser las madres de la nación.

Conclusiones

Entiendo que tanto Limbaugh como quienes usan el neologismo feminazi no piensan siquiera en las mujeres del nacionalsocialismo, sino que piensan en lo que el nazismo en su conjunto hizo contra judíos, gitanos, enfermos mentales, disidencias sexuales y políticas y establece una analogía cuando menos tramposa con el feminismo que asumen como extremo, pero ni en el nazismo operaron principios feministas ni el feminismo ―que a diferencia del nazismo, no constituye una ideología específicamente liderada y con principios acatados al pie de la letra por un grupo de militantes― establece parámetros políticos, sociales o económicos cercanos al nazismo. Cuando las feministas hablan de incorporar a más mujeres en posiciones de poder, por ejemplo, se alejan de los dogmas del nazismo, y además, lo hacen sin que esto suponga quitarles a los varones puestos de trabajo para otorgárselos sin más a las mujeres desempleadas.

Finalmente, para hablar de una equiparación del feminismo o de un “utópico imperio femenino” con el nacionalsocialismo tendríamos que pensar a las mujeres feministas como una hegemonía, exactamente como lo fueron los varones del gobierno nazi, una hegemonía que sea capaz de movilizar un número muy grande de población para que esta actúe sobre la “alteridad negativa” (los varones, por ejemplo) y de poner en práctica la creación de campos de exterminio, y el feminismo, por muy “de moda” que se perciba en la actualidad, en la práctica de la disputa por el poder político, la igualdad de derechos y oportunidades o la abolición del género, no es una hegemonía. Incluso si pensamos la fantasía abortista de Limbaugh, habría que establecer una diferencia absolutamente clara: cuando el feminismo, o para decirlo bien, las feministas se posicionan en favor del derecho al aborto, no sugieren la obligación por ley de las mujeres a abortar, sino la elección, pero sobre todo, a diferencia del nazismo, que mandó a prisión o a la muerte a mujeres por abortar o parir, buscan evitar el encarcelamiento de mujeres de toda clase y etnia; sobre todo aquellas en situaciones de precariedad, lo que supone una doble marginalización para ellas.

Pensaba en hacer un cierre circular de este texto y decir que ahora sí puedo zanjar la cuestión al afirmar que la palabra feminazi es un disparate, pero no puedo, porque es algo más; una operación de la neolengua, nacida del seno de la comunicación mediática conservadora con un lobby muy particular: desacreditar a las mujeres feministas y hacer contrapeso al necesario debate por la despenalización del aborto en todas partes del planeta.

Referencias

Bendet, Carolin, “Die deutsche Frau und ihre Rolle im Nationalsozialismus”, en Zukunft braucht Einnerung [en línea]. Disponible en: https://www.zukunft-braucht-erinnerung.de/die-deutsche-frau-und-ihre-rolle-im-nationalsozialismus/, fecha de consulta: 23 de febrero de 2019.

Código Penal Alemán seccs. §218-220 [en línea]. Disponible en: https://www.unifr.ch/ddp1/derechopenal/obrasjuridicas/oj_20080609_13.pdf.

Koonz, Claudia, Mothers in the Fatherland. Women, the Family and Nazi Politics, Londres/Nueva York: Routledge, 2013 (1987).

Rudman, Chelsea, “‘Feminazi’: The History Of Limbaugh’s Trademark Slur Against Women”, en MediaMatters [en línea]. Disponible en: https://www.mediamatters.org/research/2012/03/12/feminazi-the-history-of-limbaughs-trademark-slu/186336, fecha de consulta: 23 de febrero de 2019.

Scholtz-Klink, Gertrud, “Deutsch sein — heißt stark sein“ (To Be German Is to Be Strong). Rede der Reichsfrauenführerin Gertrud Scholtz-Klink zum Jahresbeginn,” N.S. Frauen-Warte 4 (1936), 501-502.

Schrupp, Lindsay, “Encontramos feminazis de verdad (o sea, feministas nazis), en Broadly [en línea]. Disponible en: https://broadly.vice.com/es/article/8qwjkp/encontramos-feminazis-de-verdad, fecha de consulta: 23 de febrero de 2019.


[i] Chelsea Rudman, “‘Feminazi’: The History Of Limbaugh’s Trademark Slur Against Women”.

[ii] A decir verdad, mientras me documentaba para escribir este texto leí las secciones §218-219 del Código Penal Alemán relativos a interrupción del embarazo, que siguen vigentes con anotaciones. La interrupción del embarazo se permite siempre y cuando sea en el primer trimestre de la gestación y se consiga un certificado de asesoramiento (luego de lo cual, las mujeres tienen tres días para practicarse el aborto), de acuerdo con una ley conocida como Ley de Conflicto del Embarazo. Si la interrupción del embarazo se practica sin el certificado correspondiente, quien lo practique podría recibir una pena hasta de un año de prisión. La sección §219, de hecho, protege el derecho a la vida del embrión, algo que grupos conservadores de muchos lugares del mundo intentan conseguir para sus legislaciones. Según entiendo, la Constitución alemana despenaliza la interrupción del embarazo con las características antes dichas, pero no lo considera legal según un dictamen ampliamente controvertido y discutido.

[iii] Claudia Koonz, “Preface”, Mothers in the Fatherland. Women, the Family and Nazi Politics, p. XXXIII.